Un patio grande, rectangular. Piso embaldosado cubierto por un alto y hermoso parral de uvas chinche. En cada cabecera un banco de plaza pintado de rojo. Límites de la improvisada cancha. Paredes, jardín, más otro patio en desnivel,algo más alto, una persiana metálica cerrada, ocluyendo la entrada de un amplio garaje. Ese conjunto, nuestra cotidiana canchita. En casi todas las tardes, después de los deberes escolares, era cuestion de oir el llamado, la invitación. Consistía en el picar de una pelota de goma de 20 guitas marca pulpo. Cuestión de abrir la puerta de comunicación de las dos casas y allí esperándome los tres hermanos Ferreiro. Con mi presencia, completo el número cuatro, dos por bando se armaban siempre los mismos equipos. Los bancos de plaza los arcos, sin arquero pero con un banquito de cocina acostado para estrechar el espacio disponible para meter el gol. ¿Reglas?. Gambetear lo imposible. El tanto válido si se lo hacía dentro de los límites imaginarios del área. A seis goles. Un equipo formado por Horacio y Enrique se llamaba lipo-chin. El nuestro formado por Hector y yo sportivo caquita. Ganábamos siempre., o en forma abrumadora. Consumía un par de zapatillas de goma marca Langosta cada semana. Transpirado, con los pies calientes, la goma de adentro la zapatilla derretida. Yo me pasaba e índice entre los dedos del pie y sacaba unos choricitos negros con un olor a queso que mataba. Nuestra hermosa diversión de todos los días. Pero a veces, Enrique, chin, del equipo rival, por ser el mayor no participaba y nos teníamos que conformar con jugar entre los tres..Uno iba de arquero en arco conformado por la persiana del garaje. Los otros dos hacían "jueguito", tiraban centro y a cabecear..Esa pelota que venía volando era impulsada por nuestra cabeza con la mayor fuerza posible. Cuando el arquero de turno era superado,la pelota se estrellaba contra la persiana metálica y sonaba como un disparo. El vencido abandonaba el puesto de arquero en turnos rotativos. Así, divertidos, con dientes apretados, con toda la fuerza posible y la velocidad que podíamos imprimirle, nos fusilábamos.
Chau y hasta la próxima
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