Aparece los miércoles y los sábados

"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

sábado, 4 de diciembre de 2010

368 El témpano.

 

Allí se encontraba parado frente al río. Ese,su Río de la Plata. Ancho, sucio, amado. Río de una sola costa. La otra tan lejos que parecía no existir. Cuántas veces desde que se jubiló había concurrido a ese lugar. Ahora que tenía todo el tiempo para él.
A contemplar un atardecer; la aparición de la luna llena; o algún amanecer. El sol saliendo del agua como si fuera en el mar. Para observar a los pescadores dueños de una paciencia interminable; con esa forma tan particular de regalar el tiempo, de dejar pasar la vida. Atentos a la menor oscilación de la boya, el mínimo tirón del hilo, a la leve inclinación de la caña. Aparentemente relajados. Abruptamente tensos. Indiferentes al tronar del aeroparque. Para volver a comenzar. Revolear la línea, arrojar lejos la plomada, charlar con los otros pescadores. El, espectador indiferente. Entre gente pero aislado.
La soledad fué la eterna compañera de su vida. Y allí se encontraba parado frente al río. Ese su Río de la Plata ancho, sucio, amado...
Pero esta vez se sentía más solo que nunca. Enfermo de solitud. Atrapado por ella.A tal punto que su deambular por el mundo, por las calles era el de un hombre caminado en pleno desierto, en otro planeta. Su único habitante. Sin quererlo, sin desearlo, por costumbre, por forma de ser, porque así lo plantearon las circunstancias, alcanzó la absolutización del aislamiento. Extraña situación para un alma rebosante de ternura y cariño. Sin darse cuenta estaba allí parado. Inconscientemente, sin contacto con otros seres aunque pasaran a su lado; aunque le hicieran preguntas que él jamás contestaría.
¿Cómo había sucedido?. ¿De qué manera descubrió su presencia?. No pudo precisarlo ni explicárselo. Pero allí lo veía con sus ojos atónitos. Se lo figuraba un monumento al absurdo. El témpano grande y majestuoso flotaba en esa agua marrón. Su celeste blancura parecía casi virginal. Una aureola de pureza rodeaba su imagen. A la inversa de lo que debía suponerse, una agradable tibieza se desprendía de él. ¿Cómo había llegado hasta allí?. ? ¿A través de qué extraño fenómeno natural había logrado remontar la corriente, sortear indemne su lógico proceso de disolución?. ¿Qué mano misteriosa, qué extraño sortilegio lo había colocado en ese lugar?. A tanta incongruencia se sumaba una más. Nadie parecía advertir su presencia. Ni los pescadores que seguían con su faena. Ni los habituales transeúntes, familias, niños. Cada cual continuaba en lo suyo. Ningún dedo que lo señalara. Ninguna voz que llamara la atención. Ninguna mirada cargada de sorpresa. Ninguna aglomeración o atascamiento de tránsito, tan común en los domingos de verano. Permaneció largo tiempo absorto, mudo de asombro. Regresó a su casa.
Por el camino compró periódicos. Luego escuchó la radio. Puso la televisión. No pudo descubrir la menor noticia. La mínima alusión a tan insólito hecho. Cenó., más frugal que de costumbre masticando sin ganas, como siempre. Como lo hacen aquellos que en su hogar solo encuentran nada, nadie. Cuando comer es rutina silenciosa. Acto de supervivencia, sin intercambio de palabras ni gestos. Sin el calor de otro. Cuando todo el ambiente, aún con luces encendidas es oscuro, gris. Inútilmente quedó  hasta tarde pendiente de las informaciones. Se tiró sin desvestirse, cansado, confundido sobre su desvencijada cama. Austero componente de un moblaje más austero aún. Dio vueltas y más vueltas y más vueltas en un lógico insomnio  en un consultar el reloj,en un comprobar que lentas son las horas, los minutos durante la noche. Perdió la noción de que en qué momento dormía, en cual estaba despierto. Alternó vigilia con sueños. Por instantes los confundió con la realidad. Cómo podía ser, se preguntó que nadie se diera cuenta de la presencia del témpano en el río. ¿Había sido una alucinación?. Seguramente. Sin duda todo fué un extravío, o quizá un sueño. Esperó con ansiedad la mañana. Tal como se acostó con las mismas ropas desaliñado, impaciente, se dirigió a la costanera con la esperanza de volver a encontrarlo. Para comprobar que su equilibrio intelectual no se había roto. Que no comenzaba a padecer de los primeros síntomas de esa común debilidad de muchos ancianos. Cierto que él no se consideraba todavía tal cosa. Lejos se encontraba por edad y figura de admitir ser catalogado como un viejo. Recién entrado en lo que elegantemente se llama la tercera edad. Era un sexagenario más.
La jubilación le llegó inesperadamente. Aunque la ansió años y años. Un día se despertó sin tener nada qué hacer, con la ansiada libertad entre sus manos. Sin la obligación de caminar, caminar y caminar. Mucho. Siempre. Porque esa fué su vida. Un andar constante, permanente. Trabajo duro, trabajo simple,modesto. Sin grandes ambiciones. De un conformismo casi cerril. Llegar temprano ,antes que los clientes. Ayudar a preparar las cosas. Servir los café con leche y medialunas a esa pléyade de anónimos empleados. Sin rostro. Aunque todos conocidos.  Por concurrencia. Llamarse simplemente mozo o che mozo. Atendida esa primera tanda, servir cafés. Innumerables cafés. Algunos cortados. Luego, a media que avanzaba el día variaban los pedidos. Ir y venir. De la mesa a la barra. Fichar en la caja. Volver . Con el vaso de agua olvidado o el terrón de azúcar de más. Ir y venir. Cobrar. Agradecer mecánicamente. Pasar por la mesa el trapo rejilla. Volver a empezar. Recoger míseras propinas. Continuar sirviendo a un incesante fluir de parroquianos. Horas y horas de pie. Por su bandeja desfiló el consumo de aquellos que en otros lugares también irían y volvería en jornadas igualmente oscuras,monótonas, agotadoras, como las suyas. Piernas y pies cansados. Sin alicientes. Así se enhebraron días, meses, años. Pensando, imaginando el fin, para un descanso largo, interminable. Pero no pudo detenerse. La jaula bar donde caminó incalculables kilómetros en corto zig-zag entre mesas no muy limpias; donde gastó zapatos y baldosas; donde agotó quimeras  y abandonó ilusiones, la trocó por la selva de la ciudad. Cambió el sendero diminuto, estrecho por largas calles y anchas avenidas. Descubrió un mundo. Otro mundo. Tarde. Las caras siguieron siendo irreconocibles. La multitud anónima. Todo continuó sin esperanzas, sin amigos, sin amor. Si los hubo fueron tan fugaces que recordarlos requería esfuerzos.¡Y hacía tanto tiempo!. Más que una vida, al suya fué una costumbre. Amarga comprobación.
Nuevamente parado frente al río. Con los codos apoyados en la baranda de cemento de la costanera. Acariciándole la cara una brisa fresca, suave que lo hacia respirar hondo, profundo, con placer. Y su mirada fija en esa enorme silueta flotando allí, en el agua sucia, inmóvil. Casi negra aún, por esos juegos de luces que el sol al asomarse en el horizonte producía al iluminarla por detrás. Semejaba una pequeña montaña momentos antes del amanecer, cuando el cielo clarea  y se tiñe de rojo. Indiferentes, los pescadores a su lado seguían atentos a los vaivenes de las boyas, a la tensión del sedal. Solo su témpano y él, frente  frente, en un mudo diálogo y un mundo abstracto que lo rodeaba.
No fué un sueño, no una ilusión. Su ya innegable presencia lo atraía a una realidad. Lo sustraía de ella. Horas y horas se sucedieron sin que se moviera de ese lugar, paralizado por esa verdad hipnótica. Y así su vida se transformó. Una sola obsesión ocupó su pensamiento. Pasar el tiempo junto a ese su amigo inesperado. Primero y único. Inimaginado. Su témpano, porque era suyo solamente,permanecía impertérrito allí, en el mismo lugar. Cambiando de color según la trayectoria del sol. Oscuro al amanecer. Blanco celeste durante la mañana y el medio día. Celeste amarillento al atardecer. Negro plateado en las noches de luna. Aprendió a conocer de memoria y a la perfección su silueta. Todos sus detalles. Aquella aguja de hielo; esa grieta, su forma casi humana que no daba señales de derretirse, de modificarse. Sin embargo algo cambió abruptamente. Recostado en la baranda, oyendo el golpetear rítmico de las olas del río crecido, notó que una persona se le acercaba.
-Buen día.¿vió qué maravilla?.
-¿Cómo usted también lo ve?. Creía que era yo solo. Hasta supuse haberme vuelto loco.
-No, yo hace largo rato que lo observo. Me he parado todos los días a dos cuadras de aquí y pensé lo mismo. No me animé a decírselo a nadie. Bueno, no tengo a quien. Pero hoy decidí caminar, y lo encontré a usted aquí, como yo me detengo más allá desde hace varios días.
-Es una hermosura. Hasta me atrevería a afirmarle que es casi mi amigo. Me alegro por este diálogo. Por lo menos ya somos dos los locos-dijo riéndose por primera vez en mucho tiempo.
-Qué extraño, fíjese en el témpano. Le falta aquella punta y hoy estaba entero.-
-Sí, es raro.
Día a día la escena se fué repitiendo. Nuevos solitarios se agregaron a ellos dos. Nuevos solitarios que desde otros puestos de observación, otros ángulos, otras vidas también habían descubierto su témpano. Y , curiosamente este fué perdiendo volumen, majestuosidad.
Se derritió hasta desaparecer. Pero eso ya carecía de importancia. Continuaron yendo a charlar allí, junto al río, con la gente, los pescadores, o en un café, o en cualquier parte.


Chau y hasta la próxima

1 comentario:

coto dijo...

Este es uno de mis favoritos...puedo identificarme casi en su totalidad.
Como agradecimiento va una frase de un poeta.
"Solo estás adivinando si todavía no lo has vivido aún."
Merle Haggard,poeta y músico country.