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"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

sábado, 23 de agosto de 2014

Nº 761 Un acontecimiento importante en recuerdos lejanos.

 

zepelin

Cuando se ha llegado a mi edad, aunque se haya vivido una existencia rica o no en acontecimientos, son numerosos los recuerdos destacables.Seleccionar uno, repasar con la mente en forma retrospectiva la vida, buscar y descartar esto sí, aquello no, es el resultado,la aplicación de un patrón de medida.¿Pero cuál patrón?.¿El afectivo, el material?.¿Ambos a la vez?.¿En qué época?Podría elegir entre la niñez,la adolescencia, la juventud, la adultez.Pienso que el período más rico en impresiones y que deja una huella más indeleble, es indudablemente la infantil.Apelaré  a esa primer etapa y echaré a volar como un mago, las palomas de los sueños e ilusiones.Las imágenes del mundo que me rodeó.

Podría contar que sentí el primer día de clases, cuando inicié la escuela primaria.O la mañana que al regresar del colegio supe de la muerte de mi abuelo, del que era su nieto preferido.O aquél atardecer de 1935 cuando llegó la noticia del fin de Gardel.O cuando vi por primera vez a un presidente, que en realidad fueron dos, El Gral. Agustín P. Justo y Getulio Vargas, este último en su primer visita a Buenos Aires.Más adelante gozaría del raro privilegio de ver pasar por nuestras calles a Franklin Delano Roosevelt.También podría referirme a la emoción que sentí cuando recibí mi premio, en concurso organizado por el Rotary Club sobre la vida y obra de Sarmiento.O contar mis impresiones al estallar la guerra civil española, o del día que comenzó la 2º guerra mundial.o sobre la noticia del suicidio de Lisandro de la Torre...

Pero no hubo, algo que, al surcar los cielos de mi ciudad dejó un recuerdo imborrable en mi infancia.

Los chicos, en aquella época, década de 1930,no estábamos muy acostumbrados a mirar el cielo para ver pasar los aviones, esos aeroplanos mucho más discretos en sus ruidos que los actuales.No hacían es brutal estruendo ensordecedor y rápido que interrumpe un sueño o hace enmudecer y transformar en inaudible una conversación.Aquellos comenzaban con un zumbido lejano, lentamente se acercaba y con la misma lentitud se iba, ronroneando largo rato,aún cuando su imagen se perdiera de vista. Dirigíamos nuestra atención hacia un cielo más azul, más limpio que el de hoy, acompañándolos en su lerdo pasar, aunque veloz para la época, con nuestros infantiles sueños de aviadores.Cielo enmarcado por las copas de los árboles, que en perspectiva, también parecían querer volar.Ante el menor atisbo de sonido corríamos al patio o al jardín para verlos surcar el aire.Buscábamos afanosamente al Brasilian Clipper, que se decía era el avión más grande del mundo.Todo esto no sucedía con mucha frecuencia, no atronaban el espacio a cada instante.Aún me parece ver pasar los trimotores Junker de la compañía alemana Cóndor con sus emblemas rojos, blanco y negros pintados en sus colas y debajo de sus alas, distintivos que no nos llamaban la atención.Eran la delicia de chicos y grandes.Los autogiros o los aviones biplanos que remolcaban unas largas tiras con letras de propaganda y los famosos tubos Geniol, ya que el calmante se vendía en las farmacias envasados en tubos de vidrio..Los aviones que con estelas de humo escribían en el cielo palabras publicitarias, o arrojaban volantes que veíamos caer en flotación parpadeante con el ansia llegaran a nuestras manos.

Sin embargo el mayor espectáculo aéreo , el que dejó huellas indelebles en mi espíritu infantil fue el dirigible Graf Zeppelín

Una mañana muy temprano,fue un 30 de junio de 1934, han pasado 80 años, con un cielo no muy celeste todavía, Buenos Aires despertó con el dirigible paseándose por encima de sus edificios aun no muy altos, de los tejados y terrazas. Antes de ir a la escuela, subimos a la azotea de mi casa, esa azotea tantas veces prohibida vedada a nuestros afanes trepadores, a nuestras ansias peligrosas de remontar barriletes desde las cornisas asomándonos a un vacío que por nuestra pequeñez parecía casi insondable,impresionante, y que hoy al verlo y medirlo nuevamente, me nació una mueca de nostálgica sonrisa.Lo hizo lentamente, venía de Río de Janeiro. La anécdota es que en el viajaba un periodista del diario La Nación para redactar la crónica de la travesía. Era el que luego sería el gran Manuel Mujica Laínez.Como dije volaba lentamente, a baja altura. Su cuerpo plateado, parecido a un cigarro gigante recortado nítidamente sobre las siluetas de las casas.Los rayos del sol asomándose sobre la costa del río lo pintaban por momentos con pinceladas amarillas.Silencioso a la distancia, mezcla de globo motorizado nos daba la sensación de llevarse por delante la alta  chimenea de ladrillos, hoy demolida, de la entonces fábrica de sombreros Dominoni.Chimenea que en más de una noche de tormenta vigilábamos con curiosa ansiedad, con un dejo de impresión y miedo, en la esperanza de sorprender alguna fuerte descarga eléctrica sobre su alto pararrayos.Silueta que asocio con la primer y última imagen de un globo con canasta de mimbre, que vi detrás de ella, alzado en los brazos de mi madre.

¡Oh tiempos!¿Cuantos años!.El Graf Zeppelín fue la extraordinaria sensación.El acontecimiento inolvidable de una infancia lejanísima.Su presencia fue motivo de alegría, de fiesta.. Los chicos pusimos de moda el dibujarlo, el tomar otras imágenes  mas antiguas de dirigibles, como el que construyó el brasileño Santos Dumont, autor según historiadores del primer aeroplano, anterior al de los hermanos Wright Quien nos podía decir en ese momento que años después,no muchos esa nave majestuosa al llevar en su cola pintadas en rojo , blanco y negro, los mismos colores de los aviones de la compañía Cóndor,el signo del nazismo, la esvástica  sembrarían el terror desde el aire en Guernica y en tantas ciudades españolas primero y europeas después.Fueron dejando una estela de muerte, de espanto.Fue la portada del Apocalipsis moderna. El auge del fascismo y del nazismo.El Graf Zeppelín, esa maravilla que alegró aquella lejana mañana de Buenos Aires, fue el emisario de un poder necrófilo y brutal, de un ¡viva la muerte!, inspirador de aquel famoso ideólogo de la falange española, Millán de Astray, quien acuñara aquella célebre frase:"cuando oigo la palabra cultura, saco la pistola.

Genocidas de un pueblo milenario, inventores de los campos de exterminio, supieron transformar la sonrisa de los niños en una horrible mueca de horror.

Chau y hasta la próxima

 

 

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