Aparece los miércoles y los sábados

"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

miércoles, 6 de abril de 2011

404. 6 de abril de 1928.

pasamanos 198

Hoy cumplo 83 años y me pareció adecuado contarte un relato que imaginé relacionado a mi infancia. Puede llamarte la atención la ilustración pero es un regalo de mi padre a mi madre cuando nací y que conservo con todo amor y nostalgia.

El arroyito casero.

La casa donde nací y pasé gran parte de mi vida fué una de esas casas clásicas del barrio de Belgrano. Amplia, señorial,  estilo Túdor, con paredes grises y tejas  rojas. No puedo imaginarla en aquella época de otra forma que no fuera iluminada por el sol en esos límpidos y esplendoroso días del Buenos Aires de años atrás cuando predominaban los árboles. las calles adoquinadas y las más importantes con quebracho. El tránsito y los peligros urbanos se limitaban principalmente a los tranvías, los carros o las chatas tiradas por percherones en los que sobresalía el cadenero. Como me gustaba verlos pasar lenta y esforzadamente con  sus patas gruesas, peludas. A veces las herraduras sacaban chispas al patinar sobre el pavimento. En ese entorno tranquilo, casi de pueblo, transcurría nuestra infancia, prácticamente sin límites físicos, sin horizontes suprimidos por edificios en torre, casas de departamentos u otro tipo de edificaciones modernas. Para nosotros estaban disponibles todos los baldíos, las veredas, las calles...

Pero además las casas tenían patio y fondo. La mía no era una excepción. Después de transponer una puerta de madera dura, barnizada, parte del cerco del frente, se entraba por un corredor lateral amplio, terminado en un arco con dos hojas de hierro forjado. Un portón realmente artístico, con sus filigranas, escudos, herrajes. Así se llegaba al patio grande cubierto de un alto parral que en verano daba sombra y unas jugosas y aciduladas uvas chinche. Lo adornaban macetas y macetones pintados de minio, sostenidas por pies de hierro negro. En ellas crecían malvones de distintos colores. No faltaban geranios, claveles y algunas plantas raras. Luego comenzaba el jardín, uno de esos típicos jardines de los años veinte o treinta. Arboles frutales, cipreses, palmeras, rosales, helechos en las partes sombrías y húmedas. Los canteros de dalias o flores de estación en abundancia y mucho gramillón bien cortado. Al jardín se lo recorría por caminos y senderos y estaba cercado por paredes altas cubiertas de enredaderas de hojas caducas y perennes. A los costados y al fondo se alzaban las clásicas pérgolas de madera pintada cubiertas con rosa mosqueta que servían de fragante dosel. Pero la mayor atracción se encontraba en mitad del jardín. Allí había una preciosa fuente de mármol blanco compuesta de un estanque grande lleno de peces de colores, plantas acuáticas. De su centro se elevaba otra fuente menor rematada en un jarrón verde que arrojaba agua como un surtidor. Así se llenaba la fuente superior  y a través  de las bocas de cuatro caras de mujer mandaba finos chorros hacia la parte inferior. Este hermoso jardín, con más de cien rosales, tan bien iluminado durante la noche que adquiría cierto aire de plaza era lo suficientemente oscuro  y misterioso cuando se apagaban las luces, especialmente al desatarse una tormenta. Los relámpagos proyectaban sombras extrañas, los cipreses se inclinaban por acción del viento. Todo tomaba un aspecto fantasmal, que mirábamos detrás de las ventanas con un miedo no exento de placer en la seguridad de contar con un techo sólido y un hogar abrigado y estable.

De allí, de ese fondo, nacía un arroyito mío, único, que solo yo veía. En los ratos de juego era  mi compañero, mi amigo, mi confidente. En el verano, durante las vacaciones yo iba al jardín a juntar las hojas, regar ayudando en sus trabajos a un jardinero japonés. A ese, mi arroyito lo veía venir inesperadamente. Aparecía por lados distintos sin un nacimiento preciso. Era como una línea de agua, recorriendo senderos, atravesando partes recalentadas por el sol pero sin evaporarse a pesar de su magro caudal. Silenciosamente llegaba al patio sin ese murmullo característico de todo arroyo. Después siguiendo un declive natural pasaba por el corredor y se perdía en la calle. Cuando había lavado general él se escondía mimetizado pero yo sabía que estaba allí, mezclado deslizándose como si jugase. Más de una vez mamá me sorprendió ensimismado en mis reflexiones, dialogando con él. Para ella y toda mi familia el arroyito no existía. Lo ignoraban, no por indiferencia sino porque se trataba de un hecho mágico exclusivamente mío.

Me acompañó durante toda la infancia. A él le confiaba las angustias o las alegrías  que un niño como yo podía tener. Mis éxitos o traspiés en la escuela, mi infancia feliz. Pero algo había entre  nosotros, interponiéndose, contradictorio. A medida que yo crecía él se iba extinguiendo. Cuando los reyes magos dejaron de serlo. Me costó encontrarlo. No recuerdo cuando fué la primera vez pero sí la última en que apareció. Lo busqué inútilmente. Pasó una larga semana hasta que con inmensa alegría lo vi  asomarse desde el fondo.Tímidamente, pero no llegó hasta el patio, se quedó en el jardín, se diluyó en los canteros.

Me metí en la casa corriendo y frente al espejo del ropero me dí cuenta que tenía los pantalones cortos casi largos. Comprendí que el fin de mi arroyito casero era el fin de mi infancia. Habían cambiado mis sueños, mi imaginación. Ya no pensaba , aunque lo quisiera en juegos, viajes, aventuras. Ya no intentaba construir lo imposible. Deseaba ser grande,  crecer. Se había apoderado de mí un ansia casi desesperada por ser adulto.

Hoy la casa fué demolida sustituida por una de departamentos. Otros arroyos más o menos caudalosos atesoré ,  inventé en mi vida. Seguí siendo imaginativo, soñador, pero más de una vez las luchas cotidianas me impidieron el lirismo, o lo marchitaron. Volqué gran parte de mis energías detrás de utopías. Ahora, cuando han pasado tantos años, él mi arroyito, junto con todo lo que representaba, se ha escurrido a través del tiempo.

Chau y hasta la próxima.

 

Nota: 6 de abril es también el nombre del movimiento juvenil que tan decisivo papel jugó en los cambios  de Egipto

No hay comentarios: