Aparece los miércoles y los sábados

"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

jueves, 26 de abril de 2007

Cuentario: Historias mínimas


Tecnología de última generación.

Apoyó su boca y gritó. Luego puso la lata de conserva en la oreja para esperar la respuesta del hermano.

Con el pulgar impulsó la cachuza con pericia. Después la sacó del hoyo . Con fuerza y puntería quemó a la más linda y se llevó la bolita.

Mientras contaban se escondió. Igual lo encontraron.

Hizo sus deberes, jugó su partido de fútbol. Igual tuvo tiempo para alegrar su infancia con Verne, Salgari, Dumas...

Fue pirata, mosquetero, vigilante, ladrón. No imaginó ser astronauta.

Mató pajaritos con gomera. Nunca gente virtual apretando un botón.

Trepaba a un árbol y se asomaba al mundo.

Volaban chapitas y figuritas de sus manos. ¿La pantalla? Cualquier pared donde el que más arrimaba, se llevaba las otras como trofeo.

Entre el cielo y la tierra. Casilleros y números. Ni la Divina Comedia ni mesa de juego. Un simple dibujo con tiza en la vereda de cualquier barrio. A jugar a la rayuela.

Se pegó muchas veces en la frente. Hasta que embocó el balero.

Corrió, corrió. Por fin lo alcanzó, lo tocó y le gritó, mancha.

Tomó impulso, apoyó sus manos en la espalda del chico agachado. Lo saltó y dijo, rango y mida.

El revólver en sus manos olía a pólvora. Disparaba sin piedad. Hasta que se le acabaron las cebitas.

Cuando quiso adivinar de qué oficio mudo se trataba, no supo que herrero se escribe con h.

Cansado pensó ¿tardarán mucho en adivinar que estatua soy?

Me tocó una prenda, pero no voy a cumplirla.

Cuando paso con la fila cantando la farolera, quedó con mucha alegría atrapado entre los brazos estirados de las nenas.

Saltó con mucha destreza. Las chicas admiraban lo bien que lo hacía con la cuerda.

Se metió en una bolsa y llegó primero a la meta.

En el palo enjabonado, trepó hasta la mitad.

El chico del altiplano con el caracol en la oreja pensó. ¡Qué lindo que suena el mar!

Corrieron, corrieron, tocando los timbres de las casas.

El barrilete se remontó y recortó su bella figura en el cielo. Se agitaron sus flecos. Onduló su cola. Lució su colorido. ¿Su control remoto? Un largo piolín que atado en un extremo a un palito, y el otro a los tiros del barrilete, lo sostenía con habilidad las manos de un chico.

Y así muchas cosas más, hasta que esta tecnología de última generación fue reemplazada por otra.

Chau y hasta la próxima.

Grabado: Antonio Berni, el niño del balero.


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