Aparece los miércoles y los sábados

"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

jueves, 27 de diciembre de 2007

Batallas en el cielo


La cometa, femenino y en español. El barrilete, americanismo o agentinismo.

Esos barriletes, en su mayoría los hacíamos nosotros. Sus formas tradicionales tarascas, bombas, estrellas, medias bombas o media estrellas. Cañas, hilos, papel barrilete, engrudo. Tamaños variados. Largos flecos, colores combinados. Luego ponerle bien los tiros, en su justo equilibrio. Cola de trapos cuyo peso dependía del viento que soplara. Buen piolín terminado en palito para sostenerlo y ordenarle piruetas, saludos, cabeceos. Aflojarle si tiraba mucho o tendía a colear. Siempre reservábamos un resto de piolín para cualquier maniobra. A veces los comprábamos hechos. Remontar nuestra obra de arte, una delicia de sonido al vibrar los flecos. El aire en nuestras orejas indicándonos claramente en qué dirección soplaba. También enviábamos cartitas a través del piolín.

Era muy común verlos en el cielo de Buenos Aires allá por mi lejana infancia, siglo pasado, década del 30 Se los veía a veces solitarios, recortando su silueta, por momentos movediza, por momentos estática y serena. Humildes algunos, deslumbrantes otros por forma y colorido. Pero al llegar la primavera, con mejor clima y aire más movido, el cielo era un espectáculo de barriletes variados rivalizando en belleza, tamaño, colorido, largo de flecos, majestuosidad, pero también disputando lugar. Estaban casi uno al lado del otro. Y allí podían comenzar las batallas. Era común ver brillar en las colas hojitas de afeitar, arma temible que podía cortar el hilo del rival. Cuando lo lograban daba pena verlos caer abatidos. Pero todos sabían a lo que se exponían. Era parte del juego. Yo jamás las usé pero tenía un hilo de coser zapatos, muy fuerte y encerado. En un cruce con otro, lo encimé y luchando a pura fricción lo derribé. Como bien sabés los chicos, además de matar a pajaritos, destruir nidos, tocar timbres y mil diabluras y maldades más, en el cielo de primavera, nuestras batallas no tenían nada de inocentes.

Chau y hasta la próxima

jueves, 20 de diciembre de 2007

LLEGAN LAS FIESTAS

Cada año lo mismo. Cuando somos grandes maduros o viejos una de las primeras comprobaciones que hacemos es lo rápido que pasó el tiempo. Y nos aprestamos a nuevos festejos según costumbres, tradiciones, inmersos en un clima de consumo o impotencia por tener o no acceso a ese consumo; de alegría, de tristeza según circunstancias o condición. Muchas veces más preocupados en proyectar las vacaciones, los del hemisferio sur. Con nostalgia si tenemos mucho bueno que recordar. En la automarginación , como espectadores, cuando estamos en el ocaso de la vida. Pero las fiestas llegan inexorablemente. Fervor religioso para los profesantes el24. Paz, calor, digestión para el 25 con más pandulce y sidra. Reencuentros familiares a veces no deseados del todo. ¡Cuánto se ha opinado al respecto!. Discusiones, reparto de tareas. ¡Regalos!

El 31 y el 1 ya son otra cosa. Se esfuman las presencias de los símbolos navideños y se entra en el franco y abierto festejo. Diversión, comida, hasta desenfreno. Y mucha pirotecnia. Auto promesas de corregirse, mejorarse, limar defectos y errores, régimen de comida, todo para el nuevo año que no se cumplirán.
Reyes ya es otra cosa, es patrimonio de los niños, con o sin ilusión. Para ellos toda la fantasía, la imaginación. El pedido, pero también para muchísimos, demasiados, la frustración. Para nosotros la rosca y más sidra. Y de pronto nos diremos ¡Ya pasaron las fiestas!. Nos aprestamos con distintas expectativas a recorrer otro año. Hasta que este también pase y nos volvamos a formular la misma y rutinaria afirmación.¡ Qué rápido pasó el año, ya llegan las fiestas!.

Que las pases bien o lo mejor posible.


Un abrazo y chau hasta la próxima

martes, 18 de diciembre de 2007

En un abrir y cerrar de ojos


En este período operatorio que esoy atravesando, al cerrar los ojos para dormir o dormitar me rodean sucesión de imágenes. Algunas me gustan, otras me desagradan. Simplemente parpadeo y les ordeno desaparecer. Si son gente hasta me doy el lujo de matarlos en un abrir y cerrar de ojos. De todas ellas y son muchas te cuento de algunas.
Telón de fondo como en un cine. En realidad es la pared de enfrente a mi cama.
Vuela un un pajarito blanco con alas negra hasta el límite de la derecha. Allí queda inmovil.
Vuela un segundo pajarito igual al anterior pero un poco más grande se superpone y agranda la imagen. Vuela un tercer pájaro con la misma finalidad y queda conformada un ave más grande aún. Vuela un cuarto que es decididamente grande y se forma un buen pajarraco.
Suena un tiro y cae.
Sobre mi derecha aparece un hombre robusto, viste camisa a cuadros. Su pelo revuelto. Se pasa una mano por la cara demudada. Le pregunto qué le pasa. Nada,me contesta, soy una imagen.
Entra corriendo por el mismo lado una mujer vestida con ropa deportiva, apenas maquillada. No me da tiempo a interrogarla. Me dice al pasar.Vengo a avisarle que soy otra imagen.
Luces: Un gran disco luminoso, brillante, su luz casi hiere. Bordes irregulares oscuros. A veces se agrega una segunda pero muy irregular. Desaparecen dejando una ligera sombra casi gris. Son las únicas imágenes cuando abro los ojos pero reaparecen cuando los cierro .Ellas deciden.
Desde mi cama a mi izquierda aparece una gran ventana. Sentada, con la espalda apoyada en el marco, está una mujer de larga cabellera castaña, algo más clara por la luz solar. Veo una habitación amoblada, un piano, piso de madera, adornos indefinidos. La voz de otra mujer que se asoma pero solo veo parte de sus piernas. Pregunta ¿qué estás mirando?Algo raro contesta. En lugar de la calle veo a un hombre que no conozco acostado en una cama blanca .Digo, soy yo que me estoy muriendo. Me responde, le estiro la mano para ayudarlo. La tomo y agrego. Gracias, no me sirve, no es la suya la mano amada. Solo ella puede salvarme. Llega la mano que espero, la de mi amada. La toco, me aferro a sus dedos, a su palma. Pero también llega la muerte y dice. Ustedes son un ejemplo y los ejemplos sirven para la posteridad, pero también merecen disfrutar más tiempo, y se los concedo. Fin
Chau y hasta la próxima.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Clac-clac


Quizás te hayas dado cuenta que después de mi reaparición en Esos 4 Tangos aparecieron dos textos largos, pero yo ya estaba en terapia intesiva. De nuevo ahora te quiero contar en un par de entregas, alguna experiencia, aunque no con el deseo de impresionarte.

Es gris clarita. Está fijada a una columna. De forma casi cúbica, pero con teclas, pantallita, algún tornillo y un funcionamiento cronométrico. Cada tanto, si no es abastecida (cosa que en general no sucede) avisa con un pitido. Clac-clac dice en forma predominante, aunque por momentos tiene una segunda voz, como si arrastrara algo. Por encima de ella, frascos. Por debajo yo, unido por una razonable cañería plástica que termina en mi cuello del lado derecho. Me alimenta, hidrata, medica, todo al ritmo de su clac-clac. Por momentos confundo su sonido y sobre todo la frecuencia con otro compañero, un reloj que mueve su segundero al unísono y me indica que las horas no pasan nunca..
Es mi proveedora de salud y de vida
Es mi bomba.

Chau y hasta la próxima

martes, 11 de diciembre de 2007

Juan Gelman Premio Cervantes 2007

"Nadie se sienta a escribir poesía porque se lo propone. La poesía tiene lectores. Los bestsellers público."

Los medios se hicieron eco del importante premio literario y dicen con orgullo que es el cuarto argentino galardonado. Todo es muy cierto. Nuestro nacionalismo, algún matiz chauvinista imprimieron a la noticia un sabor especial. Y está bien.
Yo, don nadie ni pretendo ser vocero de ninguno le digo a Juan Gelman perdón. Si, perdón, porque nuestra amada Argentina te causó tanto dolor. Porque tu voz proviene de tu alma, tus huesos, tu carne, plasmó una poesía conmovedora, irrepetible, única, más allá de las valoraciones literarias o estéticas que la crítica formula y el reconocimiento universal mencione.
Hubiera preferido tener un Juan Gelman más anónimo con poesía menos dolorosa que la tuya, forjada en gran parte en tu propio dolor. Nos hemos venido matando, persiguiendo de distintas formas desde hace demasiado tiempo. ¿Cuántos anónimos Juan Gelman quedaron por el camino? ¿Cuántos Mozart muertos?. Talentos potenciales, o simples humanos. Por esto, por todo lo que se puede decir, reflexionaar, agregar, disentir, a causa de esta Argentina amada, soñada, devoradora, una vez más repito. Perdón Juan Gelman por haberte tratado tan mal.

Chau y hasta la próxima

domingo, 9 de diciembre de 2007

Polvo de sonido de campana

Le causaba gracia escuchar esa historia. Sí, gracia , pero no se reía.

Solamente esbozaba una sonrisa. Su espíritu se alegraba interiormente, y de vez en cuando insistía ante el padre para que se la volviera a relatar.

Posiblemente lo absurdo del tema, o la forma tan jocosa y simpática, condicionada con cierta ironía en su decir, hacían del asunto un motivo de renovada curiosidad e interés. Porque eso de mandar a un pobre ignorante sirviente , a la farmacia, a comprar polvo de sonido de campana era tan ridículo, tan poco creíble, que el gozo y el encanto de escucharla nacían precisamente de todo ese absurdo. De la acción en sí: de la inflexión de la voz paterna impresa en el relato; de la actitud aparentemente crédula o cándida utilizada por él. Ambos fingían en ese juego. Uno contando con pícara solemnidad, el hijo ansioso y alegre al mismo tiempo, imaginando al mandadero en la compra del consabido polvo de sonido de campana. Todo un personaje inexistente creado para una inocente distracción infantil. Ademas intentaba forjarse en la mente la figura del boticario, y sobre todo le intrigaba el aspecto del supuesto polvo.

¿Cómo sería?. ¿Cómo lo obtendrían?. ¿ Limarían los badajos o las campanas enteras?. ¿Se andarían con un recipiente recorriendo campanarios?. ¿ Subiéndose a las espadañas?. ¿Disputando con las cigüeñas?. ¿Se les mezclarían los repiques con los de su crotorar?. Y pensaba en todo eso. Fantaseaba sobre los cosechadores de polvos que en las alturas recogían sones. O en pseudos alquimistas capaces de elaborar semejante absurdo. Suponía Paracelsos y Yazides destilando en hornos cósmicos dines y dones, tilines y talanes, desecándolos luego y envasándolos en frascos de vidrio con tapa esmerilada. O en otros más comunes con tapón de corcho y sombrerito de papel atado con hilo. Lo creía e color amarillo verdoso. ¿Qué otro tono podría producir una campana de bronce?.

Atravesaba un terrible momento de su vida. Su alma soportaba los embates de tempestades, pasiones, soledades. Su mundo, un calvario donde existir significaba cargar a diario el madero. Transitar un camino de fango y espinas. En su deambular llegó a un pueblito de provincia.

Casas chatas; calles polvorientas y pares de ojos detrás de los visillos viendo transcurrir la monotonía de una existencia alterada por pequeños acontecimientos. O la llegada de algún viajero ocasional. Ese atardecer el que fue responsable de la banal alternativa. En medio de su angustia recordó aquella graciosa historia. La recreó en todos sus detalles. Supuso revivir horas felices. Le pareció oir nuevamente a su padre contándosela una vez más. Imaginó sus ya olvidados gestos. Se sorprendió hablando en voz alta.

-Otro signo de vejez, se reprochó. Los ancianos lo hacen a menudo para romper silencios y soledades. Quizá inconcientemente.

Sin dudarlo un instante más buscó con resolución una farmacia.

Era una esquina casi fantasmal, igual a aquella imaginada cada vez que su padre le relataba el cuento. Tan antigua como para no tener ochava, o para exhibir en sus costados, esas salientes de ladrillo agregadas a propósito para impedir el acecho de algún maleante al transeúnte desprevenido. Y de su arista pendía un casi pequeño cartel metálico donde se leía :”Farmacia Arcadia”. Ninguna otra referencia.

El viento del atardecer levantaba nubecitas de polvo, y al agitar suavemente el letrero, le hacía emitir chirridos algo extraños. Una especie de ruido a veleta oxidada.

Adentro, un hombrecito de impecable guardapolvo blanco esperaba…

Su silueta recortada sobre una de las vitrinas se destacaba aún más por la albura de su prenda y la oscuridad de la madera que componía el moblaje.

Estantes, puertas con vidrios, mostrador. Una lámpara de bronce en forma de lira, que alguna vez había sido a gas, colgaba de una viga.

Dos frascos de cristal acaramelado o porcelana, cierta vieja publicidad de remedios, fijadores y cosméticos; la balanza parada en un rincón , daban la certeza de ser este un negocio fuera de época. O de otro tiempo.

Intercambiaron un entredientes “buenas tardes” tímido. Casi a boca cerrada. Y Comenzaron el diálogo.

-¿Tiene polvo de sonido de campana?, murmuró.

-¿Cómo?, contestó en voz alta el aparentemente sorprendido boticario.

- Si tiene polvo de sonido de campana, repitió con un tono entre burlón e irónico. Sucede, agregó, que lo estoy buscando desde mi infancia, y comprenderá usted, que en tantos años, ya a mi edad, casi he perdido las esperanzas de encontrarlo. Le diré mas, creo que éste es mi último intento, mintió. De fracasar me daré por vencido y reconoceré que siempre he corrido en pos de un absurdo. Es probable, haya construido mi vida sobre una quimera ridícula. Y al terminar de pronunciar estas palabras, se dejó caer abatido en un silloncito ubicado cercano a la balanza.

-Algo me queda, respondió el farmacéutico, exhibiendo cierto orgullo y animación. En realidad es una mezcla hecha con restos de distintos sones.

Antes, en tiempos ya olvidados, disponíamos de una variedad muy grande. Daba gusto destapar los frascos. ¿Quería escuchar un ángelus, glorias, bautismos, duelos, a rebato?. Bastaba con levantar el tapón de alguno de ellos y de su interior el sonido se echaba a volar. Ni decirle cuando los abría todos a la vez. La farmacia semejaba un mágico campanario. Pero, como ya le dije eran otros tiempos. Los clientes venían y se llevaban lo deseado. ¿Estaban de fiesta?, las glorias les resultaban apropiadas. ¿Tenían un velorio?. ¡El mejor presente un sonido a muerto!, para la viuda inconsolable, el huérfano indefenso y desamparado, o los padres desolados, en lugar de las flores y los pésames tradicionales. Hizo una breve pausa y continuó imprimiéndole mayor énfasis a sus palabras. Quien lo pretendiera podía levantarse al son de maitines. Hasta las campanillas tenían su polvo. Eso sí, se los guardaba en frascos muy pequeños. Lo que me resta, como dije hace un momento, es una mezcla de todo aquello. No se lo elaboró mas. ¡ Una verdadera pena!. Fueron desapareciendo los cosechadores. Aquellos se trepaban a los campanarios; estaban atentos a la liturgia para obtener variedades; o se iban a la estación de ferrocarril para atrapar la orden de salida. ¿No coincide conmigo en calificar de delicioso y nostálgico el sonido de una campana de escuela?. ¡Cuántos recuerdos evoca!. En fin, esto es ya un pasado , concluyó, y dándose la vuelta tomó un frasco de tamaño mediano y tapón esmerilado.

Apoyándolo en el mostrador continuó con su casi monólogo.

-Aquí lo tiene. Observe su hermoso color verde amarillento. Qué fineza de grano. Se lo cobraré muy poco, pero deberá reunir, para llevárselo, una sola condición, aunque estoy seguro usted la cumple. De otra forma no habría entrado aquí. Solamente sus pares llegan a este negocio, y si bien el mundo está lleno de esas personas, largo es el camino, largos los años, a veces insume toda una vida, poder encontrar este lugar. Y no siempre lo logran. La mayoría de las veces acaban en una inocente felicidad, sin advertir lo desesperado de su situación. Porque de eso se trata. Usted debe ser un alma desesperada. Haber tocado fondo. Apurado las heces de la decepción. Tener conciencia de la inutilidad de su vida. Quizá ser en potencia, un lobo acorralado. Y estoy seguro, le repito, usted reúne esas condiciones y aún las sobrepasa. Cuando no tenga a donde ir.

“¿Comprende usted señor mío, comprende usted lo que quiere decir eso de no tener ya dónde ir?. ¡Porque todo hombre necesita tener algún sitio dónde ir!”.

-¿Me cree Raskólnikov?

-No, pero es muy probable que algunos hombres tengan algo de él y lo ignoren. Eso último lo dijo subrayándolo, y continuó repitiendo, no, pero es evidente que le hablo como si yo fuera Marméladov, aunque eso sí, no estoy borracho. Estoy bien lúcido.

Entonces retire el tapón. Su alma se llenará de gozo, de una extraña sensación mística y lo comprenderá todo. Y mirándolo directamente a los ojos, bucenado en el fondo de su corazón, agregó con insistencia imperativa, ¡ llévelo, se lo regalo!. Aquí tiene usted su paraíso.

Sin musitar palabra alguna, el cliente tomó el frasco y se retiró. No dio ni las gracias. Estaba sorprendido, irritado. Sin hacer una confesión importante, había desnudado su alma ante un desconocido. ¿Cómo el farmacéutico lo adivinó todo?. Y ahora, ¿qué hacía allí parado en esa calle, con ese misterioso y ridículo frasco de polvo en sus manos?.

Se alojó en un hotelucho y solo, en su habitación, comenzó, lleno de curiosidad e impaciencia, a examinar ese extraño envase.

Lo invirtió jasta que el polvo abandonó totalmente el fondo. Luego lo colocó sobre una mesita y observó como volvía a caer hacia la base. Igual a un reloj de arena.

Recordó juguetes de vidrio con una casita y nieve que hacían las delicias de su niñez. De pronto creyó verlo lleno de caramelos. O de refresco con sabor a granadina. O de un jarabe anisado que le obligaban a tomar cuando estaba enfermo. O de aceite de ricino.

Lo destapó.


Rehizo el camino buscando nuevamente aquella farmacia. No la halló. Los lugareños le contaron que la última se había cerrado muchos años atrás, y ellos hacían sus compras en el pueblo vecino, o se surtían de lo urgente en la sala de primeros auxilios. Algunos memoriosos recordaban vagamente a La Arcadia. Las autoridades habían prometido abrir una nueva, promesa incumplida hasta el momento. Aquella esquina de adobe, sin ochava, fue demolida. Una lástima, porque era la última reliquia de la época de la fundación del pueblo. Databa de antes de la llegada de los ingleses. Esa esquina había sido motivo de orgullo para todos. Antiguo almacén, lugar obligado para detenerse las carretas que bajaban del norte rumbo a la ciudad. Luego fue botica. Porque decían botica y no farmacia.

Reflexionó un momento y se interrogó. ¿Debería tener nuevamente el alma desesperada para sostener en sus manos aquél frasco mágico con polvo de sonido de campana, que extravió cuando halló la paz?

Seguramente no. Ya no necesitaría mas nada de esa farmacia.

Eso sí, continuarían resonándole en los oídos, en el alma, en su corazón, aquellos maravillosos sonidos escuchados al detaparlo.

Aquel sonido revelación.

Chau hasta la próxima


Nota: en recuerdo de mi padre Nicolás Gargiulo.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Gniedko

Para él sonó un porvenir venturoso. ¿Qué madre no imaginó o lo deseó para su hijo?

Desde el mismo instante cuando fue servida por ese magnífico ejemplar, aquel que pastaba nerviosamente, vigilando su territorio, haciendo valer su condición de macho poderoso, de más fuerte. Jefatura ganada luego de feroz lucha con el negro rival.

Por primera vez en mucho tiempo, un padrillo bayo se haría dueño de la tropa de yeguas. Y ellas ansiosas, excitadas, aguardaban el instante del apareamiento. Lo sabían, así nacerían las mejores crías. Lo ordenaba la selección natural. La manera de preservar la especie. Padres y madres fuertes sobrevivirían y engendrarían nuevas crías.

O para ser dominados por ese gran enemigo, el hombre. Para cambiarles el destino natural, por otro destino decidido por quien todo lo podía. Sometiéndolos a una permanente esclavitud. Para trabajar rudamente. Con el arado, la noria, las cargas… o montándolos para su placer.

Llevándolos a la batalla para una muerte supuestamente gloriosa. Entre humo, estruendos, sangre, dolor y otras muertes.

Arnés. Terrible palabra. Instrumento de dominación.

Lejanos los días para corretear salvajes, aún con cosquillas; sin conocer riendas ni frenos, ni espuelas clavadas en los hijares; ni herraduras en los vasos. Ni crin peinada o tusada.

Con sesenta millones de años de evolución. Tiempos en que las patas delanteras tenían cinco dedos y las traseras tres. Con estatura de perro. Cuando era omnívoro.

Necesitó millones de años para preferir los granos y las hierbas, modificar su aparato masticatorio y transformarse en herbívoro.

Un millón y medio tardaría ese otro animal para lograr pararse en dos patas y aprender a usar las manos que lo someterían. Manejando látigos y riendas. Acariciándolo.

¿Sospecharían los escitas qué sucedería diecinueve siglos después, cuándo aprendieron a montarlo?. Y los arios y sus discípulos, los griegos, egipcios y asirios, al galopar, guerrear, conquistar, ¿imaginarían que solamente faltaban diez para el acontecimiento clave de la historia que la dividiría en antes y después?.

Ella sabía luego de la penetración, de recomponer la respiración agitada, cuando se le secara el sudor y se le calmara la excitación. Comenzaría un muy largo período de gestación. En su panza cada vez más hinchada crecería su cría. Su potrillo héroe famoso. Para ser pintado en cuadros célebres. O fundido en bronce. O morir en la batalla o el torneo. Capaz de soportar la pesada armadura del valiente caballero, o la liviana toga del equites. Desfilar llevando al rey. Ser utilizado en la conquista. Para él reservado un destino de gloria. Ligado a la inmortalidad de otros. No seguiría el paso de los mediocres. Ni gozaría de la mediana fama del circo. Correría una suerte superior .

Casi un año lo acunó en su seno. Exactamente trescientos treinta y un días.

Bayo como su padre, su futura estampa se vislumbró a las pocas horas de nacido, cuando logró pararse tembloroso, vacilante.

Equus caballus. De la familia de los équidos. Perisodáctilo. Esa sería su clasificación científica.

¿Antecedentes?. Descendiente de los salvajes Przewalski. Recorredores de estepas, de amplios territorios extendidos por Koldo, China, Liberia. Epocas de libertad, perdida para siempre.

Rápidamente, igual al ave en sus primeros vuelos, exploró el verde del campo circundante. Quizá esa reminiscencia se remontara a aquél mitológico Pegaso. Aunque no supo discernir entre aire y tierra.

Cuando cambió del paso al galope y la carrera, su hocico sedoso cubierto de espuma, los cascos redoblando en el suelo, y ese sabor en su boca a hierba-libertad.

Tuvo la sensación de elevarse, cobrar altura, y mezclarse con las águilas, compañeras de paisaje y horizonte.

Libre, salvaje. Explorando lo desconocido. Pisando un verde húmedo de rocío, o aquel otro blanco, helado, duro, mullido, de la estepa o la tundra. Quitándose la sed en cualquier aguada, arroyuelo, río…

A veces en un agua sorprendentemente fría.

Dilatando sus narices ante el macho rival. Y sobre todo cerca de la hembra alzada. Iniciando así un juego de olores, relinchos y corridas, perpetuadotes de especie, aplacadores de instintos. Para recomenzar en cuanto la naturaleza ordenara la nueva excitación y el nuevo apareamiento.

¿Qué fue eso?. ¿ Qué tenía en el cuello que le apretaba?. ¿Qué no lo dejaba avanzar, correr, huir?. Inútil su empinamiento. Sus coces lanzadas al aire. Sus gritos, furia y mordiscones. El sudor de su cuerpo, la espuma de su hocico . Las narices dilatadas y los ojos fuera de órbita. Alguien superior mandaba sobre él, transformándolo en compañero de otros infelices compañeros de cautiverio.

¿ Dónde estaban las praderas, colinas arroyuelos, horizontes?. ¿Qué significaba esa alta empalizada corral que le impedía verlos?. Solamente el cielo y el águila amiga, que a favor de la densidad del aire, y en perfecto planeo, batía imperceptiblemente las alas a modo de despedida. ¡Ay Pegaso!

Menos para él, lo que luego sucedió, demasiado conocido. Casi rutinario. Doma. Sometimiento. Domesticación. Obediencia. Caricias y golpes alternados.

El primer cabezal. El primer freno. El dolor del látigo y de esas púas clavadas en sus costados impulsándolo a correr más y más rápido.

Y ese peso dominante en el lomo. Ordenado. Con las manos o las piernas. El, obligado a interpretar cada gesto, indicación o amenaza. Para acá. Para allá. Paso, trote, galope.

Extraño el olor de su cuerpo dolorosamente quemado allí en el muslo, marcándolo para siempre. O más tarde los vasos repetidamente humeantes, cuando entregaba dócilmente sus patas. Repiqueteando su andar de manera diferente. Más duro, metálico, con alguno que otro chisporroteo. Arrastrando cargas sobre el empedrado desparejo. Sembrando estrellitas. Distintas de aquellas otras celestes, de la mitológica libertad.

¡Pobrecito Gniedko!. No fue el Bucéfalo de Alejandro, ni el Babieca del Cid. Ni siquiera el escuálido Rocinante del Quijote. Ni modelo de pinturas célebres, o el trágico caballo del Guernica. De estatuas ecuestres. Ni inspiración para el traidor de Troya. Solamente caballo de presidio. Preso dos veces. Por partida doble.

Para él, peor pena que para el resto de los condenados. Compartiendo calvarios, trabajos, sufrimientos.

No se cumplieron ninguno de los sueños que alguna vez acunó. Ni los que le dictó su instinto.

No le llegaron más a sus narices los olores de una yegua alzada. O de la hierba fresca, recién pisada. No escuchó el murmullo del agua clara y rumorosa. Jamás volvió a oir las voces del campo, los relinchos de otros caballos salvajes. Los sonidos de la libertad.

Todo fue reemplazado por gritos dolientes, órdenes, maldiciones, imprecaciones. Los lamentos de los torturados. Y las voces tiernas, los mimos de los compañeros de infortunio. De esos otros prisioneros sin nombre, o con una denominación numérica, carente de importancia.

Distinta fue su gloria e inmortalidad. Lo rescató de una oscuridad que es como si no hubiera nacido. No existido.

Dejó de ser un caballo anónimo como tantos otros. Como tantas personas. En cambio sí, tan glorioso como aquellos surgidos de plumas célebres. Como los que acompañaron a un Cid o un Quijote.

Alguien lo rescató de la nada para hacerlo inmortal, o lo recreó, o le dio vida.

Para volver a encontrarlo. Para saber que vivió, que fue mimado por otros infelices, que le valió la pena sufrir, basta con leer a Dostoyevski y sus Memorias de la casa muerta.