Aparece los miércoles y los sábados

"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

miércoles, 20 de febrero de 2008

Aquella vieja fotografía

Esa noche, a solas con ella, viéndola amortajada, me acordé de una vieja fotografía que, durante mucho tiempo llevé conmigo y que posteriormente amplié y enmarqué. Hice comparaciones. Pensé en la crueldad de la vida y del tiempo. Como era posible que esa mujer, con el aspecto que puede tener una persona vieja, aunque fuera una linda anciana, hubiera sido en su juventud una hermosura. La fama de su belleza constituía además parte de la anécdota y de la tradición familiar. Al redactar esto que te digo lo recordé a Marcel Proust cuando describe en el tiempo perdido la muerte de su amada abuela. Cuando triunfa sobre la vida, que al resistirse marca a la persona en su sufrimiento, para luego, ya ganada la batalla la muerte dulcifica y afina, como un escultor de la edad media.

Allí estaba en la foto etérea, como suspendida en el espacio, con un fondo de nubes esfumadas, de tono gris. Su cabeza cubierta de cabellos rubios, con el peinado recogido, rematado en una pequeñísima peineta. Los ojos claros de mirada distante; nariz respingada; labios finos y perfectos. Un escote de tela vaporosa en forma de V, con un ramillete de flores en su vértice, dejaba al descubierto un cuello suave, no muy alargado y redondeado, al mismo tiempo interrumpido en su trazo por un collar de perlas parejas que hacían juego con los aros, también de perlas. Por último el cuerpo se desvanecía en la base del cuadro.

Los años todo lo habían trastocado, ajado. Ralo el cabello blanco, arrugas, vejez. En mi angustia me preguntaba el porqué de ese cambio. Como si ignorara la existencia de inexorables leyes biológicas. Como si nunca me hubiera mirado en el espejo y comprobado mi propio deterioro.

Pensé, pensé mucho y lloré. Lo hice sin poder contenerme. Fue un 14 de agosto de 1979. Esa mañana la encontramos muerta. La víspera se había acostado sin ningún anuncio de un final inmediato. Aunque por su edad nos hicimos a la idea, ella también, de su fin como de algo no muy distante, inexorable, y hasta si se quiere lógico. Sin embargo nos tomó de sorpresa. Añado de dolorosa sorpresa.


Esa vieja fotografía hoy colgada en mi escritorio, forma parte de la galería de familiares fallecidos. Cuando uno es joven ama quizá más a la vida, o de manera diferente, y la muerte es algo distante, muy lejana e ilógica. Luego, con el transcurrir del tiempo se aprende a respetarla, a temerla y a aceptarla. Paulatinamente nos vamos acostumbrando a su inminencia, y con todo lo referido a ella. Es así como aparecen los cuadros de los antepasados, los recuerdos de la fecha de su desaparición , con cronología y puntualidad.

Esa vieja fotografía es el retrato de alguien que en su momento amó y fue amada. Rió, lloró. Tuvo hijos, vivió...

Fue un 14 de agosto de l979. Ese día murió mi madre.

Chau y hasta la próxima.

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