Aparece los miércoles y los sábados

"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

sábado, 20 de diciembre de 2008

165 La Marrusa

 De historias miserables o como dijo Jorge Edwards, miserabilismo. 

Cuando se cruzó con él por primera vez en el patio del conventillo quedó flechada. Hacía pocos días que el nuevo inquilino había llegado al conventillo. Apareció de la nada. Ya se murmuraba, comentaba sobre aspecto, ocupación, edad del que estaba destinado a conquistarla. Fué todo fulminante. Ese mismo día ella agarró sus cuatro cosas y se mudó a vivir con él en la última pieza. A pasos de las piletas de lavar la ropa, la cocina y más al fondo los baños letrinas. El ardor, la pasión, el fuego estallaron con toda la fuerza de la naturaleza. Todos los humores disponibles se secaron, agotados en esa noche del sábado. El se levantó sin decir palabra y después de descartar un cinturón, mojó una toalla y le dió su primer marrusa. Asombrada, aún exhausta, desconcertada, no atinó más que a llorar en silencio, a quejarse quedamente. La paliza se convirtió en rutina. Regular y metódicamente. El , como si administrara una cuota la castigaba. ¿Palabras?, ¿explicaciones?, ¿un porqué?. Simple afirmación de autoridad, de posesión. Ella sumisa, cariñosa a pesar de los golpes, sometida a las leyes naturales del macho poderoso. La hembra puro fuego. No intentó jamás ensayar otra actitud que la de soportar, y al mismo tiempo aumentó su pasión. Ya en una anterior experiencia al decidir abandonar tantos malos tratos sufrió el infamante tajo en el rostro, el barbijo que la marcó para siempre y la radió de los hombres. Ningún varón quería saber nada con ella. Imposible tener al lado una mujer visiblemente marcada. Razón de repudio y rechazo en ese ambiente turbio,  pobre, bajo, donde leyes y códigos propios rigen con toda crudeza y rigor.
Ese hombre recién llegado fué el cauce, el destinatario de una pasión reprimida, sometida o cercenada por el vigor y la presencia del tajo en la cara. Por lo demás ella en sí, en figura, belleza, no era ni mejor ni peor que cualquier muchacha de su ambiente y clase. Alguna vez se le cruzó por la cabeza, por debajo de la lluvia de golpes, escaparse, pero fueron solamente ideas fugaces. El conventillo entero, conociendo hábitos y rutinas, por otra parte ellos no eran los únicos donde golpes, malos tratos, pasiones y traiciones convivían, llovían, se multiplicaban en esa vida miserable,aguardaba con morbosa impaciencia el incio y desarrollo del rutinario castigo
El, con no mucha frecuencia se iba para hacer changas. El resto del tiempo lo pasaba tirado en la cama, o encima de ella. Se tomaba unos mates, vino, ginebra, alguna caña y fumaba. Algunas noches se empilchaba adecuadamente y rumbeaba, si no se armaba en el patio, allí mismo, a algún bailongo cercano en otro conventillo. En especial los domingos por la tarde. Allí sí ella era su compañera. Caso contrario cuando regresaba medio o borracho del todo caía directamente a dormir. Ella, frustrada pensaba que su desinterés era el resultado de otras aventuras corridas esa noche. Comunes traiciones. Los días, la vida fué siempre igual. Sumisa, cumpliendo su papel doméstico. Activa en su recíproco accionar a la hora de la pasión. Menos callados, más manifiestos los lamentos a la hora de la paliza. Sus llantos y quejidos ya no eran asordinados.  El la castigaba sin tener aparentes razones. Siempre por un hecho que le parecía natural, lógico, parte del juego de la vida que le había sido dada, Por eso, cuando él la llamaba con voz imperativa, pero sin alzarla, ella resignada, dispuesta,se le acercaba para ser cubierta a golpes propinados con método y sabiduría en ejercicio casi científico de la violencia, de la dominación. Las palabras previas de la marrusa, siempre las mismas.
"Vení que hoy te toca."
Chau y hasta la próxima.

1 comentario:

coto dijo...

Como decía Rivero:
La durmió de un cazote,la gargageó de colmillo,se arregló la melena y... pitándose un faso rumbeó para el escolazo.