Aparece los miércoles y los sábados

"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

sábado, 25 de julio de 2009

227 Los tres nacimientos

Henrique Olivera st/ 2008

El patio de una casa cualquiera, rectangular, hecho de baldosas comunes, casi ordinarias, de color indefinido. Está suspendido en el espacio. Solo, sin paredes , sin ningún tipo de construcciones que lo circunde. Forma con la línea imaginaria del horizonte un ángulo de treinta y tres grados. Lo rodean algunas nubes blancas que flotan en un cielo celeste claro. De pie, alineados a ambos costados de los lados mayores, de abajo hacia arriba se encuentran  una madre, un padre, un médico, una maestra. Todos sin rostro. Junto con ellos una hermosa niña montada en bicicleta, de cabello largo, rubio castaño. Su vestido y medias tres cuartos son blancos. Los zapatos negros, charolados con tirita y botón al costado. Pedalea suavemente sin desplazarse del lugar, aunque su cabello se extiende hacia atrás impulsado por la brisa originada en su andar, dando así la sensación de movimiento. Se la ve lejana, indiferente.

A estos cinco personajes se le suma gente, también sin rostro. El médico por momentos parece enorme como si su estatura  más que crecer se alargara, igual a  esas figuras estiradas que se reflejan en las galerías de espejos de los parques de diversiones. Es la imagen que un niño afiebrado, tirado en su cama y acosado por el delirio se forja de él.

Aparece un chico que lentamente comienza a caminar por el patio subiendo la leve cuesta. A medida que avanza en su andar se va transformando, creciendo, desarrollándose. Es rubio, de guedejas ensortijadas. Aunque por momentos, de acuerdo a la incidencia de los rayos solares, o según quien lo mire parece morocho, lacio. Da la impresión que se conjugaran en él todas las razas al mismo tiempo. Delgado, de facciones regulares hay algo en su persona que irradia una luz iluminándolo todo. Cuando arriba a la tercera parte del patio muere. Solamente ha logrado llegar al límite entre su infancia y adolescencia.

Renace a partir de esa muerte un nuevo personaje que es igual al anterior. Sigue avanzando y si bien esa segunda marcha la ha iniciado con edad de doce, catorce años, al acercarse al segundo tercio del recorrido ya es un joven de más de veinte. En su trayecto, la gente que lo rodea va sufriendo perceptibles cambios. Aunque siguen sin tener rostros se adivina en ellos una expresión de amor, de esperanza hacia quien sube la cuesta, hacia quien va demostrando una personalidad diferente, como si su presencia fuera un hecho largamente esperado. Como si el mundo desde que fué creado y a partir del instante en que el hombre asomara a la vida, hubiera aguardado, deseado, la llegada de él.

La niña ahora con rostro ya es una muchacha. Mantiene su belleza pero sin frescura ni inocencia. Semeja en cambio la representación del vicio.

El llega al segundo tercio del recorrido y también muere.

Se reencarna en un tercer personaje igual al anterior. Alto, más maduro viste un sencillo y modesto traje de calle. Camisa sin corbata, zapatos comunes. Aunque su andar es por natural erguido, camina encorvado como si tuviera encima el peso del mundo. En un momento dado se detiene, y con voz hermosa, profunda dice:"he precisado de un niño-adolescente y de un joven para ser quien soy. De hoy en adelante para ser el futuro, para ser quien seré, los necesitaré a todos."

De pronto, aunque el plano inclinado del patio no se ha modificado un solo grado, para él que lo sigue subiendo, se transforma en una empinada cuesta. Es inmenso el peso simbólico  que lleva sobre sus hombros. Extrañamente a media que avanza hacia le final la gente que lo rodea comienza a tener rostro. Todos lloran y la muchacha recupera su aspecto de pureza, de inocencia virginal.

El llega al fin del patio, se detiene y girando sobre sí mismo dirige una larga mirada a todos cargada de amor y piedad. Abre los brazos y cae al vacío muerto,  tendido boca arriba sobre un piso de nubes. La madre, el padre, la muchacha y demás personajes se le acercan lentamente. Lloran en silencio.

Cosa extraña, aunque sabían que estaba allí tirado en ese lugar, todos para verlo mejor tuvieron que dirigir sus miradas al cielo

Chau y hasta la próxima

1 comentario:

coto dijo...

Este relato lo siento propio.Qué será lo que produce tal efecto?
Bellísimo.