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"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

sábado, 14 de noviembre de 2009

259 Extraña relación

.  "La necesidad de dejar hablar al dolor es la condición de toda la verdad"  Adorno.

Y le estalló en la cara. En realidad podría afirmarse que lo cubrió de pies a cabeza. ¿Inesperadamente?, se diría que no a juzgar por la existencia de toda una situación previa. La interrupción de un diálogo fluido y un resentimiento flotando entre ellos interpuso una barrera. Con el pasar de los días se tornaría psicológicamente infranqueable. Heridos por una suma de susceptibilidades vulneradas, muchas de ellas más subjetivas que objetivas, abonando así a una hostilidad cada día más manifiesta. Quizá el roce provenía de otros tiempos. Tal vez de la infancia. Rivalidades escolares, enconos encubiertos, pugnas competitivas que el mismo sistema de enseñanza se encargaba en alimentar. Premio al mejor alumno; premio al más rápido en la carrera con banderines; al más veloz en matemáticas; al que tuviera menos faltas de ortografía; al que acumulara mayor número de muy bien diez. Con lápiz rojo, letra grande y en diagonal queriendo cruzar la página del cuaderno. A veces, inadvertidamente confundiéndose con el tono de la tinta porque la maestra, distraída olvidaba dar vuelta el lápiz de dos colores, mitad rojo, mitad azul.  O porque al primero se le había roto la punta y quedaba allí, sobre la hoja rayada, blanca, ese muy bien diferente, cual flor exótica insertada en un florero de rosas rojas, tornando aún más atractiva la colección de menciones.

Años juntos de compañeros en colegio primario, secundario. La universidad siguió viéndolos unidos y rivalizando. Tratando de superarse el uno al otro, instintiva y racionalmente triunfadores. Lucharon hasta por el amor de una muchacha, pero ella no se quedó con ninguno de los dos. La muy idiota, pensaron al unísono prefirió a otro inferior, mediocre, mal estudiante, repetidor. Por primera vez se sintieron derrotados por un extraño, por alguien que jamás pudo terciar entre ellos, pues siempre se alternaron en toda primacía.. Seguro, en el fondo se sentían unidos, ligados a una misma suerte y un mismo destino. ¿De qué otra forma podían concebir la existencia?. Ellos contra la vida ; contra el entorno; la adversidad; la derrota. Por el éxito, la fama, el brillo, la fortuna. ¿Podía imaginárselos separados?. Conocían sus respectivas formas de pensar. Adivinaban el futuro paso a dar por el otro.

Esa rivalidad constante, permanente los hermanó hasta lo inimaginable, fundiéndoles las personalidades en casi una sola. Más no llegaron a amalgamarse del todo, porque no hay en el mundo dos personas exactamente iguales. Ni física ni mentalmente. Y aunque se forjaron en la misma fragua, variaron los crisoles y los resultados fueron diferentes.

De similar coeficiente intelectual, ambos bien parecidos, uno tenía una mayor dureza de carácter, mayor egoísmo. Un súper yo más desarrollado. El otro actuaba más  como su sombra.Pero no era una sombra pasiva sino bien activa. De aquellas que no esperan la incidencia de la luz para alagarse, marchar delante de su dueño y agrandarse. Para definirla con exactitud: una sombra con personalidad propia. Superando a su modelo, sustituyéndolo o transformando en sombra al original. Rivalizando siempre. En una fricción, en un roce cotidiano que indefectiblemente los llevaba al fuego, en el altar de una demencial emulación. Quedaba sellada así una interdependencia de apariencia indisoluble. Con el transcurso de los años, la maduración, la adultez les enseñaron a respetarse. Atrás dejaron las vehemencias de la adolescencia. Se relacionaban y manejaban con prudencia, sabiduría y mesura. Las fricciones menos superficiales y explosivas, pero más profundas y crueles, produciendo heridas lacerantes, con esa sangre que mana oscura, sin detenerse, arrastrando coágulos antiguos e impidiendo la cicatrización. Pero jamás pronunciaron y se dirigieron  una palabra o una frase altisonante.

No fué casualidad abrieran un estudio juntos. Se asociaron, no podía ser de otra manera. Esa forma de contender, de superarse, una clave del éxito. Ellos los mejores profesionales de plaza. Sutiles las formas de agresión. Se limitaban a un gesto, una observación y sobre todo a exponer una mejor idea, más brillante que la del otro.¿Redundaba en beneficio de la sociedad? . Cierto. Pero uno era el autor y el otro quedaba momentáneamente derrotado, resentido, humillado, esperando el momento de la revancha.

Si el vencido era la "sombra" no pasaba tiempo sin crecer rápidamente de tamaño, o vérsela proyectada hacia adelante. Caso opuesto, el "modelo" obraba en forma tal, con luz tan potente y propia que no dejaba lugar ni espacio para sombra alguna. Ambos aceptaban sus derrotas sin dejar traslucir el menor signo de disgusto, contrariedad o queja. En la sorda lucha, una tácita ley de juego. Y aunque llevaban muchos años sin una sola reacción altisonante, de aparente mutuo respeto, tanta ira contenida, dominada, debía indefectiblemente estallar. Se pondría fin al disimulo. La cuestión era saber  cuando se desataría la tormenta y como.

Ambos trabajaban en un proyecto común. Ya hacía bastante tiempo  que los empleados se habían retirado, y siguiendo la costumbre de resolver casos después de hora, sumándole fatigas a la ya larga jornada, reiniciando diálogos, intercambiaron ideas básicas sobre el proyecto, para luego cada uno desarrollar el suyo y luego dirimir quien sería "modelo" y quien "sombra". Podía oírselos trabajar. El correr de la pluma sobre el papel. El sonido del teclado de la computadora. El levantarse para servirse café. El vigilarse con rápidas miradas en apariencia dirigidas a la nada. Se les escuchaba una no muy rítmica respiración, alterada por suspiros de cansancio. El silencio se fué haciendo más denso. La luz de las lámparas más intensa ante una noche que avanzaba imperceptiblemente, imponiendo una espesa oscuridad cargada de tensiones y humo de cigarrillos. Un silencio sonoro se  hizo aún mayor, si cabía. El ruido del silencio suele aturdir. Ambos redoblaban su trabajo febrilmente, en una especie de carrera contra el tiempo y la vida. Como si presintieran esa sería su última competencia.

Y si bien le estalló en la cara, en realidad lo cubrió de pies a cabeza. Aunque el origen del estallido era muy claro, su estupor lo llevó a no poder identificar  en ese instante de donde provino. El golpe fué de tal dimensión, tan sorpresivo, que no atinó a reaccionar, ni a defenderse. En su subconsciente pudo luego comprender de donde partía. Su fuerza acumulativa. Su contenida carga de años y años. Agazapada. Y su mismo estado de ánimo, pensamiento  y propósito. Esperando, esperando con infinita paciencia la maduración del proceso.. A que las condiciones se dieran con cierta naturalidad y lógica. Era cuestión de atreverse, de romper toda la tradición, los tácitos acuerdos, el mutuo respeto, la hipocresía, el cinismo, la simulación, el engaño. Y afirmar así para siempre, en forma categórica una superioridad por el momento no resuelta.

Sucedió un segundo antes. Un segundo antes que el otro decidiera hacer lo mismo. La fracción de tiempo suficiente para anular la iniciativa del rival. Sorprenderlo adelantándosele. Dejándolo paralizado, aturdido, inerme. Y ese silencio cargado de latidos, respiraciones, suspiros, ruidos de pocillos de café, plumas rasgando papeles... lleno de luces y penumbras, de aire espeso y colillas acumuladas en los ceniceros. Ese silencio se vió quebrado violentamente en forma tan brutal y dramática, que esos años de vida en común cayeron estrepitosamente. Se hicieron mil pedazos. Y ya no quedó posibilidad futura alguna para que uno se alternara, jugara el papel de espectro con respecto al otro.

Ambos, en ese momento, quedaron sin sombra. Tal fué la magnitud, la potencia y la descarga del insulto.

Chau y hasta la próxima.

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