Aparece los miércoles y los sábados

"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

sábado, 22 de enero de 2011

383 Tundra

Un buen tajo, que no es igual a un tajo perfecto. Bien hecho el corte. Pero para llegar a esa perfección se necesitan dos condiciones.Una mano muy experta, maestra, y un instrumento filoso, adecuado: un bisturí. En este caso la muchacha tenía seccionada la garganta de un buen tajo, y el cuchillo debía ser uno de esos de cocina, dentado, que corta mucho pero no con la limpieza y precisión de un escalpelo. No como para transformarse en un instrumento de perfección. Y la mano ejecutante...
Bueno, la mano ejecutante por el momento se sabía que era firme. Quizá varonil, quizá profesional. Pero faltaba sumarle a esa mano , agregarle a ella un brazo, un cuerpo, una personalidad, para conformar un asesino. Y hallar el arma. Arma que contribuiría a confirmar esa diferencia. Entre bueno y perfecto. Entre cuchillo y bisturí.
Esto lo pensó rápidamente el inspector al examinar del primer vistazo el cuerpo menudo de la muchacha tirado, desangrado sobre su cama de cuarto de servicio. Todos los cuartos de servicio se parecen. Son de reducidas dimensiones, como si los arquitectos o constructores utilizaran de sus planos en cambio del espacio sobrante, el inexistente."No tengo lugar para más. He colocado todo lo que el dueño me ha solicitado. He satisfecho todos sus pedidos, gustos y caprichos. La dimensión posible está agotada. Ahora, debo crear el rincón imposible, y allí colocar el cuarto de servicio". Para qué más. Resultado: un pequeño rectángulo en un plano que incluye habitación y baño indispensable. Liliputiense. Eso sí, lo suficientemente cerca como para que ella, la muchacha, se encuentre siempre a mano, y al mismo tiempo lo suficientemente apartada de la vida hogareña. Así son los típicos departamentos construidos para cierta clase media. Allí van a parar, a dormir, a soñar o a sufrir las chicas de cama adentro.
Sí, tirada, pero como dormida. Con los ojos cerrados y el cuerpo en posición casi fetal. En un retorno al origen. En siniestra mezcla de vida y muerte,de nacimiento y de fin. Como si la regresión hubiera sido una actitud defensiva. Un vano intento de inspirar compasión al asesino. Inútilmente. Abierto solamente el tajo en su cuello. Labio artificial donde escapó su vida. El resto en orden, si cabía. No era difícil ordenar esas cuatro cosas, único moblaje, adorno, hábitat. Pero tampoco difícil desordenarlo si el asesino se hubiera movido torpemente. O ella sorprendida no lo hubiera reconocido, resistiéndose. Seguramente el criminal había entrado allí más de una vez sin dificultades. Con segura complacencia. Tácito acuerdo de quien en su labor de todo servicio, incluía además "eso".
MUCHACHA MUERTA PREMATURAMENTE, titularían mal en su momento las crónicas policiales. ¿Prematuramente?. ¿Porqué?. ¿Alguien se muere antes de tiempo?. No. Todo ser cuando nace tiene su tiempo para morir. Y llega a él indefectiblemente. Con toda exactitud. Nada entonces de prematuramente.
Ella murió ese día de navidad. Ese 25 de diciembre porque la muerte la tenía en su lista para esa fecha. Ni el 24 en Nochebuena, ni el 26. Debía ser el 25 en sus primeras horas. Cita ineludible e impostergable. Cuando el nuevo día comienza. Cuando ella recibía subrepticiamente en el mayor silencio, dentro del silencio que siempre hay en toda casa a esa hora. Cuando todos duermen. Cuando el sueño es profundo. O quizá es más profundo porque las pastillas sedantes  surtieron su efecto en los demás. No en el que se levantaba sin ruido y encontraba su puerta abierta para "eso". Recibido sin el menor gemido de placer o de asco. Así estaba acordado. Ninguna luz encendida. Ningún suspiro, ningún rechazo. Pasividad absoluta. Posesión total, entrega fría sin la menor participación. Sin el menor gesto de amor. Acto bestial de madrugada, en negro silencio. Pero ¿con quién?. Al examinar minuciosamente la casa (sus entradas y salidas posibles) quedaba totalmente descartada la posibilidad de un autor extraño a la vivienda. De un intruso que poseyera una llave. Imposible porque la puerta de calle estaba cerrada por dentro. De un intruso que penetrara para gozar e irse. Porque de ser así el todo servcio quedaba descartado. Entonces ya no se trataba de la pasividad, la obligación sin participación. Habría ruidos.  Aunque voluntariamente se lo impusieran, aunque trataran de evitarlo, el amor, el sonido que escapa de los labios sin quererlo, inadvertidamente. ¿Ventanas?. Irrealizable el intento de entrar por ellas en el piso diez y seis de una torre tan particular. Según la mente lógica del inspector los grandes sopechosos eran los cuatro únicos habitantes que vivían allí excluída la víctima. O al menos que decían vivir allí. Y si de estos cuatro dos eran mujeres, la sospecha o la certeza sobre la identidad del criminal quedaba reducida a dos. Salvo...Salvo que el amor fuera de otra naturaleza.Por lo menos esta vez había en la víctima signos de relación, de acto sexual anormal. ¿Y quienes eran esos cuatro? Dos matrimonios mayores. Ni viejos como para no amar, ni jóvenes para amar demasiado. Todos en la edad límite. Y todos con el consabido comprimido para dormir. O que decían tomar para dormir. En noches de indefectible insomnio según contaban al día siguiente. Pero de profundo sueño por lo menos de tres de ellos, a juzgar por lo que regularmente sucedía en esa casa. A esa mano criminal cabía la posibilidad de agregarle cuatro brazos, cuatro cuerpos. Pero por la fuerza utilizada correspondía brazo de hombre. Cuerpo de hombre. O no. Las señoras eran lo suficientemente fuertes y  ágiles como para sumarle a esa mano en la sospecha, una silueta femenina.
-¿Recuerda haber oído algo entre las dos y las tres de la mañana?.¿Se levantó para ir al baño?.¿A qué hora?. A los cuatro el inspector dirigió exactamente la misma pregunta. formulada aisladamente a cada uno de los cuatro sospechosos que merecieron respuestas iguales y diferentes. Semejantes en el principio pero que se iban separando,distanciando una de otra en su desarrollo, en caminos divergentes.
-Sólo sé que me acosté pasadas las veinticuatro ,  luego de cenar mejor que siempre por ser Nochebuena y que al rato , cansada, me quedé profundamente dormida. No se olvide que hace tiempo tomo todas las noches por indicación del psiquiatra un comprimido para dormir. Es parte del tratamiento. Dormí de un tirón. No me levanto casi nunca para ir al baño.
-Me acosté pasadas las veinticuatro. Recuerdo que celebramos Nochebuena. Frugalmente eso sí. Ellos(dirigiéndose a la esposa y al otro matrimonio) están llenos de achaques. Subrayó la afirmación con un dejo de fastidio. Me costó conciliar el sueño a pesar del comprimido. No sé, me parece que ya no surten efecto. Además tuve terribles calambres en las dos piernas, y ella roncaba. Doy fe a pesar de lo que afirma todas las mañanas. Duerme y ronca.(Esto último lo dijo con rencor, casi con odio).
-No, no oí nada y en general todavía no me levanto de noche para ir al baño. Supongo lo haré cuando sea viejo. Se cuidó muy bien de decir cuando sea más viejo.
-Me acosté pasadas las veinticuatro y leí un rato, hasta que la pastilla me hizo efecto. Siempre debo leer algo antes de conciliar el sueño Pero el protesta porque tengo la luz encendida.
-Sí me levanté a las cuatro para ir al baño. Bueno, justo la hora no la sé. Lo que sucede es que una vez miré el reloj y eran las cuatro y cinco y siempre me levanto, me parece que es esa hora. No oí nada.
-Me acosté pasadas las veinticuatro y apreté bien los ojos. Me tapé la cara con las sábanas, como todas las noches, porque ella con esa maldita luz no me deja comenzar el sueño, y el comprimido tarda en hacerme efecto . Estoy tentado de irme a otro cuarto. Sí todas las mañanas a las seis me levanto a orinar. Luego duermo hasta las ocho. No oí nada. Además anoche hubo mucho ruido. Gente festejando, bocinazos. Esporádicos estallidos de cohetes. Pero no escuché nada en especial. En el momento que el inspector decía" deberé detenerlos a los cuatro por  sospechoso", se despertó. Era la mañana del 25 de diciembre. TUNDRA fué lo primero que se le ocurrió. ¿Por qué?. Es muy dificil o casi imposible saber cual es motivo por el que una palabra, una idea aparecen en nuestra mente sin ser llamadas. O se generan sin aparente motivo, intespestivamente.Y lo primero que irrumpió en su conciencia, antes de abrir los ojos, antes de percibir la claridad de la mañana, antes de volver a pensar en su horrible pesadilla fué la palabra TUNDRA. TUNDRA por una fracción de segundo.TUNDRA su imaginación y fantasías.TUNDRA en su irrealidad. Inmediatamente el recuerdo de la pesadilla. Lo distrajo el zurear de una paloma. Recomenzó sus pensamientos. Recompuso el tiempo. Vio a su mujer durmiendo, como siempre. Recordó el caminar de los otros cuando  se levantaban para ir al baño. Esos hábitos interrumpían su sueño. O cuando no se cumplían. El subconciente le avisaba que no se habían levantado todavía. Quedaba pendiente , en suspenso esperando oir los pasos; abrir alguna puerta; oprimir el botón del inodoro;cerrar la puerta; nuevamente los pasos casi arrastrados hacia el otro dormitorio. Si todo esto no sucedía se desvelaba. Permanecía como agazapado en la noche o en la madrugada a la espera del acto fallido. El ruido de la mañana del 25 se fué haciendo cada vez más suave. Cada vez más silencioso en una proporción inversa, en una progresión opuesta con la intensidad de la luz. Como si en un momento dado, la salida del sol al instalarse con plenitud en la mañana, acallara, pusiera sordina a los demás ruidos. Para intensificarse luego, más tarde junto con el calor. Pensó nuevamente en su pesadilla. En su vida. En el piso amplio donde vivían los cuatro juntos desde hacía muchos años. De como esa antigua amistad, la falta de hijos los animó a plantearse un día la vida en común. Y cada uno decidirse a tolerar las costumbres del otro en un verdadero pacto de no agresión. No fué sencillo, porque los defectos, las  manías con el correr de los años en lugar de atemperarse se fueron tornando más rígidas, más insoportables. Como si cada uno, al aferrarse a ellas pretendiera inmovilizar el tiempo. Detenerlo, hacerlo perdurar con recuerdos. Revivir una juventud lejana e irremediablemente perdida. Vano intento por no envejecer. Cómo logró imponer por su carácter dominante algunos de sus gustos. Por eso se usaban servilletas de granité almidonadas. Detestaba las de papel y en cambio al pasar por sus labios, tener entre sus dedos la tela granulosa, semirígida. Era el recuerdo de su infancia y para él una elegante costumbre. Componente de una ceremonia tradicional de su hogar. Con su padre, su madre la abuela y él , hijo único. Todos reunidos en torno a una mesa bien puesta. Con mantel y servilletas almidonadas. Exigió igual rito, igual modalidad. A la hora de almorzar o de cenar pretendía ser servido en unos platos azules heredados de su madre. Platos clásicos , ingleses. Con una guarda gruesa y un dibujo en el centro representando una antigua leyenda china. Donde una pareja de amantes cruzaba un puentecito seguidos de cerca por el padre de la muchacha. Siempre una muchacha presente en su vida.
De niño , en su deseo de crecer y llegar a ellas. Imaginaba ser el novio de la historia. Y agregaba a esos recuerdos el olor a berberechos. Manjar preferido en sus días festivos que ya no podía comer más por orden médica. Pero cada vez que posaba su mirada en el fondo del plato azul ascendía a sus fosas nasales ese olor característico. Saboreaba mentalmente el molusco prohibido. Pensaba en los berberechos y en la joven china sin rostro, de silueta pequeña, como todas las muchachas que servían en esa casa, (condición impuesta por él). Símbolo de una juventud pasada aunque no resignado a darla por perdida. Todos los días en silencio brindaba a la salud y la belleza de la empleada de turno, alzando la copa verde de pie alto, cristal tallado, colmada de vino blanco. Con la idéntica pero roja, donde se servía un dedo de vino tinto que se transformaba en casi negro, como su pensamiento, lo hacía por la pronta muerte de la ya insoportable y para él vieja esposa. En la grande, la blanca con agua mineral apuraba los obligados medicamentos. Copas retiradas todos los dias de la vitrina. Vueltas a su lugar. En fila, en alineación perfecta. Clasificadas por tamaño y color, multiplicadas por un espejo. Su mujer y el otro matrimonio nunca alcanzarían a comprender ni saber el significado de esos dos brindis y esas tres bebidas hechas sucesiva y simultáneamente durante los almuerzos y las cenas. Su ceremonia misteriosa. Pensó en las muchachas que se alojaron en el espacio imposible del plano. Como con su amigo, con la complicidad de psiquiatra lograron convencer a sus esposas que tomaran todas las noches el comprimido sedante. Como hacían la farsa de tragarlos también. Como se turnaban en su deambular nocturno. Uno los lunes, miércoles y viernes. El otro, más viejo los martes y jueves. Esos eran los días disponibles para cada uno. Cómo ambos, cada mañana se interrogaban con la mirada en código secreto.  Cómo algunas servían desenfadadamente el desayuno. Otras con rubor. Pero ellos se escrutaban y comprendían si el otro había utilizado la opción o no. Con el tiempo, los años sabían que esas correrías serían más espaciadas. Salvo cuando tomaban alguna nueva y por un corto período recomenzaban el asedio, la lujuria, los turnos. Cada vez con más urgencias y con más vicios,
-¿Y qué te pareció esta?. Se interrogaban en algún aparte, sazonando respuestas con comentarios y  detalles picantes. A veces más imaginarios que ciertos, relatando proezas sexuales irreales.  Pero cada vez con más frecuencia se quedaba dormido. Y el amigo también. ¿Quien  dormía a quien?. Creían adivinar en las miradas de las esposas durante el desayuno, la misma complicidad de ellos en otros tiempos. Y la misma vergüenza de la chica, o el mismo desenfado. Pero esta última, la asesinada en la pesadilla era otra cosa. Su  juventud y cierto aire oriental lo enloquecieron.  Creyó identificar a la china del plato azul, de la leyenda, y lo peor que parecía invulnerable, fría, como de loza. Cruzó mentalmente innumerables puentecitos. Con ella adelante. Rodeado de dibujos y guardas azules. En un fondo blanco, inmaculado. Hasta que un día a ella pudo amenazarla con el cuchillo de la cocina, mango de madera y hoja dentada. Luego sobrevino la mansedumbre total. Reaparecieron las miradas cómplices entre él y el otro, entre la esposa y la otra. Por primera vez sintió celos terribles. Su espíritu fuerte pero jovial se hizo huraño,agresivo. Torturado le propuso al amigo más dísparara él. No porque pudiera  llevar una intensa vida sexual sino para impedir su uso. Inútilmente. Todos esta vez se la disputaron. Por momentos en lucha sorda, no declarada o en evidente y abierta porfía. No hubo más secretos. Creyó adivinar que alguien asumía el papel del padre de la leyenda del plato, persiguiendo a los amantes. Pensó huir con ella. Llevársela lejos, hacia ese espacio imaginario, infinito, pequeño de su plato azul. Entre árboles, aves, guardas, en un eterno deambular sobre la loza. Abandonarlo todo. Luego comprendió que por encima de su aparente pasión predominaba eso que él creía su conciencia, su comodidad, su rutina. Los límites del plato. De allí no podría salir nunca. Y aceptó a regañadientes compartir un secreto que no era tal. Entre los dos, o entre los cuatro, le daba igual.
Más de una vez tuvo esa misma pesadilla. Casi calcada. Repetida. Con más frecuencia. En proporción a la mayor arrogancia de la chica. A su mayor desenfado y desparpajo. En la medida que aumentaba su poder e influencia sobre los cuatro. Su dominio sobre todos.
Fué creciendo en intensidad la lucha por su exclusividad y posesión absoluta. Siempre se despertaba en el momento aquel, cuando el inspector les cecía:"deberé detener a los cuatro por sospechosos". Ese 25 de diciembre se despabiló en el punto que la conciencia ya había reaccionado y desechado esa extraña palabra TUNDRA que momentos antes invadió su pensamiento. Breves instantes posteriores a la culminación de su permanente pesadilla. Supo ya con tranquilidad, por costumbre, sin la menor agitación, a causa del sueño reiterado que su  mujer seguía durmiendo, como si nada. De la otra pareja que se había levantado a las cuatro o a las seis para ir al baño. La luz del sol filtrada por la persiana iluminó el cuarto casi totalmente. Todos los objetos, los muebles, la ropa, se veían con nitidez. Otra vez la paloma, que sabía blanca lo llamó con su arrullo. Luego , sin asombrarse, con naturalidad, sin el menor gesto de horror, en una actitud indiferente, casi lógica, echó un vistazo a su mano ensangrentada, al cuchillo dentado de la cocina, caído en el suelo, al lado de su cama. Instrumento aproximadamente idóneo para el tajo perfecto tantas veces soñado. Muda y siniestra arma utilizada en su delirio onírico. Muchacha degollada en cuarto de servicio. Novia china que traspondría con su amante el puentecito seguidos de cerca por su padre. Plato azul partido en mil pedazos.
Prestó atención al respirar acompasado y rítmico de su esposa que seguía durmiendo. Y comenzó a pensar, a pensar esforzadamente, ya totalmente despierto y consciente. Dejando de lado otras ideas y sensaciones. Restándole toda importancia a esa mano y a ese cuchillo manchados.
Se preguntó una vez más, ¿pero de donde saqué la palabra TUNDRA?.


Chau  y hasta la próxima.

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