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"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

miércoles, 12 de marzo de 2014

714 El viejo del diccionario.

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Sentado en un banco de la plaza Manuel Alberti, sita entre las calles Arcos, Cuba,Nahuel Huapí y Guanacache(antiguos nombres), cercano al monumento al prócer, se hallaba diariamente un anciano que por momentos leía un grueso volumen. Llamaba la atención su ropaje fuera de época, su peinado estilo corte con taza.Los chicos que iban a jugar a ese lugar se fueron habituando a su presencia, hasta que con el tiempo, familiarizados, lo  frecuentaban. Lejos de molestarse los fue recibiendo con una particular bonhomía.Sus historias, cuentos, anécdotas, enseñanzas, consejos, calaron hondo en su pequeño y multiplicado público.Su lectura del libraco cada vez más interrumpida, espaciada, mas no mostraba por ello la menor molestia.En algunas oportunidades lo visitaban escolares, pajaritos vestido de blanco.Alumnos de escuelas vecinas que los llevaban para disfrutar largos y felices recreos.

Un personaje propio de aquella época, lo observaba a distancia.Con sus herramientas, un carro con ruedas de madera, una  balanza romana, su carga,atados de diarios , papeles, cartones.Bolsas de arpillera con botellas y vidrios.Materiales por otros descartados de utilidad para su supervivencia. Las bolsas también le eran útiles para cubrirse en caso de lluvia sorpresiva.No se atrevía a acercársele , su paso, en el silencio más absoluto dejando de corear su clásico ¡boteeellero!.Intuía con razón que ese viejo podía ser la fuente que derribara los muros de su ignorancia.De brazos musculosos,ojos achinados, orejas arrepolladas,nariz chata.Las marcas de su antiguo trabajo.Era el indio Lencina, famoso boxeador que deambulaba algo perdido por las calles de Belgrano.Nunca intercambió ni un saludo con el viejo del diccionario.

Un día, en forma misteriosa el anciano desapareció.Como nadie le conocía identidad, por supuesto ni domicilio, el banco permaneció de allí en más vacío.Nadie se atrevía a ocuparlo.Los chicos, bandadas de gorriones desorientados revolotearon un tiempo alrededor del banco. Luego se fueron dispersando.Alguien contó que el viejo había partido en un globo a gas.sentado en la barquilla de mimbre con su libro bajo el brazo, utilizando esta plaza,estación de donde partían los globos con barquilla ,en tiempos que los aeroplanos en cielos porteños eran escasos.

Para esos chicos pajaritos la vida pasó.Seguro quedan raros y escasos sobrevivientes.Pero si alguno de ellos de dirige a la plaza hoy tan cambiada y apoya su oído en el monumento, oirá los latidos de un generoso y patriota corazón, una voz murmullo llena de relatos.

La veracidad de esto último lo corroboro, porque uno de esos niños era yo.

Chau y hasta la próxima

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