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"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

lunes, 5 de mayo de 2008

Nº CIEN



Poco más puedo agregar al blog del 1º aniversario recientemente publicado, dada la coincidencia entre una y otra aparición. Para celebrarlo lo hago con otro cuento del libro Cuentario . Se llama El héroe y espero que te guste.

Chau y hasta la próxima.



El héroe.

"En esos pueblos .¿Se escucha el latir del tiempo?. No. "
Antonio Machado.

Difícil vivir en un pueblo como ése. Uno de esos típicos pueblos de nuestro campo sureño. Casas bajas, patios amplios. En algunas, las menos, un molino de viento. En otras, las clásicas bombas para agua.
Calles de tierra, barridas a veces por un viento interminable, con un permanente polvo suspendido en el aire, que el carro regador no lograba aplacar.
O la lluvia y el barro intransitable.
Era una población alejada de la ruta, con pésimas comunicaciones desde que levantaron el ramal del ferrocarril.

Un ómnibus pasaba, día por medio, si el camino lo permitía. Unico vínculo relativamente estable y más o menos permanente con las localidades vecinas.
Antes, sus habitantes tenían el entretenimiento de ir a la estación y ver llegar el tren. Poder comentar quienes subían o bajaban. Recibir la escasa correspondencia.Cuatro convoyes de pasajeros por semana, aparte de alguno que otro carguero largo, largo.
Esa estación era el punto de reunión social.

"Llegó fulano, el hermano de mengano. Se fué zutana a trabajar a la ciudad."
De cada habitante, de cada viajero conocido, todo se sabía. En cambio, cuando el que descendía era un forastero, éste se sentía inmediatamente analizado, perforado, por pares y pares de ojos, habitualmene inexpresivos.
Si decidía caminar unas cuadras, hasta el único hotelucho, probablemente encontraría calles desiertas, pero percibiría miradas a través de los visillos, que lo seguían estudiando. Se adivinaba a las comadres detrás de las persianas.
Los lugareños hablaban de los milímetros de lluvia caída, del estado de los campos o la hacienda, de las heladas o la sequía, y de ellos mismos.
Quién engañaba al marido, quién a la mujer. Quién estaba enfermo. Quién moría. Los que nacían o estaban por nacer. Cuantos abortos llevaba hechos la esposa de tal. O si la hija soltera del vecino hacía ya dos meses que no menstruaba, que no era la primera vez porque...
Cada uno sabía la vida y milagros del otro, real o inventada. "Parece que..." era el principio de cada conversación.Así se atribuían romances, engaños, estafas, ruinas. El domingo todos a caminar por y alrededor de la plaza. Saludándose unos, ignorándose otros. Alentando ilusiones las jóvenes,.Imaginándolas a través de las ropas los muchachos.
Plaza de canteros mal cuidados, escasa sombra, bancos desvencijados y descoloridos; una placa alusiva al fundador del pueblo; un busto en dudosa representación de La Madre, y un monolito que decía:"En honor a los héroes que murieron en manos de los indios el 10 de octubre de 18 ", la fecha ya estaba borroneada, ilegible.
Pero una vez al año, todos los 10 de octubre, la población se reunía junto a ese monolito, para recordar la fecha histórica.
Allí hacía su aparición EL Hombre igual a todos los demás, pero diferente en cuanto se posesionaba de su papel.
Orador obligado en tales circunstancias, era de mediana estatura, flaco, vestido con un traje castaño cuyo brillo señalaba su roce con la vida, el paso de los años. Camisa blanca no muy blanca, corbata y zapatos también castaños De edad indefinida, cabello oscuro, peinado con abundante finjador. En cambio sus ojos verde claro adquirían reflejos insospechados cuando interpretaba el gran relato, su relato.
Agitaba las manos nerviosamente, e imprimía a todo su cuerpo y personalidad comunes una vida, una pasión que en ese pueblo parecían no existir.
Tal la chatura y mediocridad imperantes. Muy diferente esa su actitud, su forma de ser cuando alguien le preguntaba sobre el pueblo mismo. Entonces, con voz monocorde,dirigiendo su mirada al objeto o lugar por él descriptos, o al suelo, recitaba siempre igual, con idénticas palabras el origen de la capillita; cómo se salvó milagrosamente del saqueo y del incendio la rica imagen de la virgen; porqué se fundó el pueblo allí. Su versión no difería en lo más mínimo de la anterior, y la anterior, y la anterior.
Que en la zona merodeó y se enseñoreó el indio lo prueban las innumerables huellas de su presencia..Aún hoy más de un agricultor arando la tiera encuentra escondidas en un humus generoso,puntas de flechas, piedras de boleadoras. Hacía pocos años, al iniciarse una rara obra pública (rara porque nunca se había construído más que una escuela y una sala de primeros auxilios) se encontró en las excavaciones un antiguo cementerio donde fueron sepultadas las víctimas de aquel episodio. La obra fué interrumpida y las fosas quedaron abiertas. En ese baldío los chicos se dedicaron a jugar con los huesos humanos, que paulatinamente fueron desapareciendo, perdiéndose algunos en manos de ocasionales coleccionistas. Hoy las fosas están vacías y sólo quedan sus rastros, y una placa recordatoria colocada por las autoridades.
Todo sucedió inesperadamente. Ese 10 de octubre, en un acto más concurrido que de costumbre ya que se habían dado cita un representante del gobierno, un cura, algunos chicos ruidosos y no muy limpios, y la mayoría de los habitantes del pueblo y alrededores. EL parado junto al monolito recordatorio, comenzó su discurso más inspirado que nunca. A pesar de su reconocida ignorancia , su verbo se transformó. Su voz dejó de lado la monotonía habitual y poseído , dueño de una natural riqueza oratoria, hizo de una tragedia pueblerina, común para aquella época, pero tragedia al fin, una acción épica comparable con las hazañas de Aníbal o Carlomagno.
Contaba con la maestría de un Jenofonte, terrible en su patetismo como si se hallara frente a las hordas del Genghis Kan, convirtió a ese puñado de pobladores en valerosos defensores de las Termópilas. Con belleza similar a la canción de Rolando o al poema del Cid. Nombres y hechos de cuya existencia no tenía la más mínima idea.
Toda la historia humana, con su tremenda y trágica grandeza parecía haberse dado cita allí cuando una modestísma guarnición de un puñado de mal armados soldados y escasos pobladores aterrorizados fueron inmolados por una no muy numerosa banda de indígenas saqueadores.
Su descripción de la noche oscura, iluminada por los múltiples incendios; los gritos de las víctimas; los alaridos de los vencedores; el olor a sangre, todo adquirió en su voz, en su relato, visos de dramática realidad. En su imaginación aumentaba el número de muertos, de soldados.. Hacía enorme al malón agresor. Larga la caravana de cautivas y de ganado arreado. Horroroso el conjunto de viejos y niños caídos bajo la lanza o el degüello. Como un veredadero poseso, un perfecciontista, un exquisito orador, enriqueció con hechos y acciones de su propia cosecha, aquello que ya hemos calificado de modesta tragedia, de episodio común para esa época. Tanta su encendida fantasía, tal su fervoroso deseo de transformarse en héroe, en el protagonista de esa pequeña, para él gran historia. Quizá el único motivo para justificar, explicar o comprender una existencia gris, chata, sin aristas visibles, sin una proyección más allá de las escasas manzanas que componían la cuadrícula de ese pueblo miserable. Pueblo cuyos habitantes parecían vivir detenidos en el tiempo, donde el ayer, el hoy y el mañana eran casi iguales.Con un poblador más o menos, según lo determinara un nacimiento, una muerte o alguien que partía. Todos antihéroes menos él. Para todos el mismo destino.
A nadie le extrañó verlo caer como fulminado, herido de muerte. Se diría que lo miraron con cierta envidia. Se podría afirmar que lo esperaban. Todos sabían íntimamente que alguna vez eso iba a suceder. Alguien , en un acto de tardía misericordia se agachó a auxiliarlo. Desabrochó su saco, desanudó su corbata, abrió la camisa blanca no muy blanca, y allí justo a la altura del corazón descubrió un tajo profundo, del que en ese momento comenzó a manar abundante sangre.
Herida hecha como por un certero lanzaso. Un rictus de dolor , mezclado con una sonrisa de rara beatitud, se dibujaron en su rostro.
Por fin había muerto como un héroe, como EL HEROE.

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