Aparece los miércoles y los sábados

"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

miércoles, 12 de noviembre de 2008

154 El fuego

Amontonó maderitas de fácil combustión, les agregó algunos troncos, roció todo con kerosén y lo encendió.
Estaba frente a una estufa a leña de piedra oscurecida por el humo y el tiempo. Adornos sobre su repisa y a la derecha un soporte sosteniendo tres viejas herramientas de hierro forjado con vivos de un bronce poco brillante; una palita, una pinza y un atizador. Los ladrillos refractarios ennegrecidos por el hollín serían blanqueados más tarde por la acción del fuego.  Quedaban cenizas del día anterior y algunos trozos de madera carbonizada. El ambiente un living confortable con muebles estilo rústico inglés y un piano de media cola. En general prevalecía una decoración de buen gusto. Ventanales vestidos con cortinas de voile se abrían a un jardín decididamente invernal. A través de los vidrios se dibujaban las plantas y los árboles desnudos, algunos ya quemados por las heladas. El pasto amarillento y un rosal solitario esperando la poda..Un piso de baldosas blancas y negras cubiertas en parte por una alfombra de estilo persa. El techo atravesado por vigas oscuras. Encendió el fuego. Esa primera explosión, ese fácil devorar maderas por llamas impetuosas lo fascinaba. Al rato estas se fueron aplacando y tenuemente comenzaron a juguetear, a correr, a surgir traviesamente entre las brasas consumiéndolo todo inexorablemente. Se impuso la tarea de seguir alimentándolas. Parecían estar poseídas de una voracidad insaciable. Un juego atractivo, un círculo vicioso donde se destruyen y consumen la materia que les da origen. Nacen y mueren víctimas de su misma razón de ser. Es un vivir que las conduce a la extinción. Curiosa contradicción.
Uno de sus mayores placeres era contemplar un hogar con sus leños bien encendidos. Posiblemente sea la mejor o quizá una de la mejores maneras de perder el tiempo. Sentarse en una tarde destemplada en un buen sillón, poner música suave, tener entre las manos un libro interesante o charlar con alguien de cosas intrascendentes. La sensación de seguridad y bienestar que trasmite, irradia la chimenea con su calor, con las llamas bailoteando, es algo para muchos, incompable. Pero en especial y particularmente para quien le gusta abandonarse a la contemplación. Ver las brasas, mover los troncos, agregar maderas, estar atento, no dejarlo apagar. Por momentos consideró que así estaba bien. Que ardía perfectamente. De pronto descubrió el extremo de un quebracho grande que no se quemaba o humeaba demasiado. Con la ayuda de la pinza y el atizador volvió a reacondicionarlo todo entre nuevas crepitaciones y abundantes chisporroteos. Repentinamente, como impulsado por una extraña manía agregó maderas frenéticamente y sintió un inefable placer descructivo, morboso. Como si se hubiera transformado en un piromaníaco. Quemar, quemar... Aumentar desmesuradamente el tamaño del fuego. Dejó el ambiente en penumbra y disfrutó de los reflejos y luces nacidas en la chimenea. Se entretuvo  en observar como algunas tablas comenzaron a rajarse y por sus fisuras humearon fuertemente primero y fueron atravesadas por las llamas después. Ellas dibujaban figuras, caras que reelaboró con su mente. Arabescos caprichosos, extrañas e imprevisibles imágenes que aparecían y desaparecían en contados segundos. Imprevistamente un estallido de leña verde. Olor a bosques lejanos, rumor de hojas y viento, canción de pájaros. Pensó en el tiempo, los años, el proceso natural que debió cumplirse para que tomara un trozo de ese tiempo y pudiera arrojarlo al fuego. La mejillas se le arrebataron, tenía la cara roja, los ojos brillantes. Las llamas se esfumaron en la nada aspiradas por el tiraje. Treparon, subieron y bajaron. Un tronco se partió y rodó con ruido y fuegos de artificio. Reflexionó. Cierta modorra se fué apoderando de él. Pero no pudo apartar la mirada de ese fuego que siguió alimentando. Con maderas, con su pensamiento. Allí quemaba algo más. Su tiempo. Insensiblemente, sin aparente utilidad, con gusto.
Una cara diferente se formó entre la leña encendida. Era la de él. La reconoció. Soy yo, pensó con esa rara mueca casi grotesca, por momentos horrorsa. Impresionado, le tiró un tronco y la destruyó entre humo, chispas y estallidos.
Tuvo miedo. De sí mismo. ¿Porqué?.¿Acaso no se veía todos los días en cualquier espejo?. Claro que más de una vez por instantes tuvo la sensación íntima de ver a un desconocido, a un ser extraño. Esta vez era algo distinto.¿Premonición?. Podría pensar que era él quien se estaba quemando. Creyó que la imagen significaba más. O el anticipo de un futuro desconocido incierto o el reflejo  del pasado, del hasta hoy. De su personalidad. ¿Remordimientos?.¿de qué?. Todos tenemos algún motivo para arrepentirnos. Errores cometidos, por el rumbo impreso a nuestras vida. Pero esa cara...  Le pareció una máscara griega.. Las llamas comenzaron a construirla nuevamente. Allí estaba otra vez. Más grande, más agresiva, más trágica. ¡Habla le gritó!. Le exigió. Quiero que me reveles tu identidad, tu significado. ¡Qué extraño!. Parecería que llora. No, no puede ser, es fuego, madera que arde. Comprobó que también ardía el. Pensó , son tonterías, sensaciones mías. De sus extraños ojos brotaron lágrimas. . Y ese fuego que tan fuertemente lo aprisionó se fué apagando lenta pero inexorablemente.

Chau y hasta la próxima

1 comentario:

coto dijo...

Relato íntimo;identificación absoluta.
Bellísimo.