Aparece los miércoles y los sábados

"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

miércoles, 10 de noviembre de 2010

361. Un juego imposible

 

" No siempre Dios juega a los dados"

El artilugio consistía en una caja de madera sin tapa llena de sesenta y cuatro teclas-botones , blancos y negros de posible marfil, colocados dentro de ella sin orden alguno. El desafío consistía en pulsar una de ellas, la adecuada y el resto se ordenaba en su entorno conformando de aspecto un verdadero tablero de ajedrez. Movimientos mágicos sin ningún mecanismo que las accionara. La traslación y el ordenamiento se producían por el accionar de fuerzas desconocidas. Mucha gente pretendía participar.Sabedores del desafío en ese lugar, en esa época, de lo milagroso del juego se movilizaba la gente, sabedora además que debían reunir determinadas condiciones si se aspiraba a develar el enigma, pero nadie hasta el momento lo había conseguido.Debía utilizarse el dedo índice de una mano u otra. También se requería bondad, pureza de alma, inocencia, una cantidad de atributos difíciles de reunir en una sola persona, en general portadora de los defectos y pecados propios de los humanos. Lo intentaban religiosos, filósofos, artistas, pensadores, poderosos, humildes. La representación completa del género humano..Nadie dió jamás con el botón adecuado. El juego ante la imposibilidad de ser resuelto fué perdiendo interés y ya casi nadie se acordaba de él, aunque continuaba  allí en una especie de altar dentro de un prominente edificio.

Un día, cuando el olvido había llegado a su cenit , una luz poderosa iluminó el lugar. Se vió la aparición de un dedo que dirigido con seguridad y precisión pulsó la tecla e inmediatamente todo el juego se ordenó como correspondía y estaba previsto. Nadie pudo ver jamás y menos aún identificar a quien lo había logrado. Algunos creyeron ver a un niño, otros  a un apuesto y dolorido hombre barbudo., o a una mujer de aspecto virginal, o a un hombre oriental cargado de sabiduría. Cada uno interpretaba su visión a su manera. Ninguna coincidía con la otra. Alguien sí supo bien de que se trataba y pintó dos dedos enfrentándose, casi rozándose. Uno de ellos fué. Basta con levantar la vista para identificarlo y mirar el techo de la Capilla Sixtina.

Chau y hasta la próxima.

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