Aparece los miércoles y los sábados

"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

sábado, 13 de noviembre de 2010

362. Doce.

 

paradox

Un cubo perfecto. Encerrado en una monótona geometría de piedra áspera, gris, fría. Oscuro la mayor parte del tiempo. Suavemente iluminado en muy cortos períodos por rayos de sol indirectos, filtrados a través del horror.

Los cambios entre claridad y penumbra, una forma de medir la vida. Como algo lejano, ayer. Un mundo amplio, de cielo brillante, casas hermosas, palacios, verdes campiñas. Días de tormenta. Juventud. Libertad. Corretear por las callejuelas. Aplacar la sed en una fuente. Dormir a la sombra de los árboles. Respirar un aire vegetal. Amar revolcado entre las flores, al son del canto de las cigarras.

Ahora piedra, en el techo, en el piso.

Cuatro paredes, un camastro y un recipiente inmundo para las necesidades. Techo y piso soldados a los muros. En frente, una puerta pesada, muy pesada, increíblemente gruesa, de hierro. Y un ventanuco a la altura del pecho y la cabeza, cruzado por inconmovibles barrotes verticales. Y esa distancia exacta.

Pararse. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis. Media vuelta. Siete, ocho, nueve, diez, once, doce. Sentarse.

Una prueba de derecha a izquierda. Otra de izquierda a derecha. Pared. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis. Pared. Girar, siete, ocho , nueve, diez, once, doce. Pared.

Sentado, ejecuta con la imaginación por el techo el mismo recorrido, como un hombre mosca. Uno, dos , tres, cuatro, cinco , seis. Retorno, siete, ocho, nueve, diez, once, doce.

Ensayo por cada uno de los laterales. Igual resultado. Siempre en total doce pasos, justos. Para volver al punto de partida y recomenzar. Ni trece ni once. Doce.

Lo intenta por las diagonales. Una extraña fuerza lo detiene en el sexto. Ni uno más. Desecha contar las piedras. Sobrepasan lógicamente el número doce. Sospecha no hallar un múltiplo. ¿Porqué se abraza a esa cifra?. Desde que se encontró tirado en ese inmundo camastro, cuando recuperó el conocimiento decidió utilizar un símbolo y aferrarse a él. Con esperanza. Atribuirle un significado. Usarlo como una causa. Condicionarse.

Solamente prestó atención a los momentos que las doce campanadas de la torre dividiían el día del siguiente. Oscuridad y luz vislumbrada. Para contabilizar su calvario. El resto de las horas le llegaban como con sordina. Indiferentemente.

Uno, dos , tres, cuatro, cinco, seis. Hasta el ventanuco. Siete, ocho, nueve, diez, once, doce. Hasta el camastro, morosamente. Donde lo esperaba lujuriosa una imaginaria mujer desnuda, sin rostro. O con el rostro de aquella que había amado sobre la hierba, entre las flores, al son del canto de las cigarras... Con los anónimos y firmes pechos palpados en la oscuridad de la callejuela. Con el perfume y el sexo de todas. La misma tibieza. Excitado, aunque aún le dolían los testículos de los golpes recibidos. Y las articulaciones. Su pobre cuerpo torturado, admitiendo una inocente culpabilidad. Doce debía ser la clave para recuperar la ansiada libertad. Para salir de allí. No quería perder la cuenta de las jornadas en que dividía su encierro. ¿Un día?.¿Un año?. ¿Más?. Fracasó.

Otra vez mover las piernas, a recorrer ese trecho, esos seis primeros pasos hasta la ventana, para grabar en ella, en sus piedras, con la paciencia de un preso eterno esas palabras significativas,símbolo de su liberación. Como otros anteriores infelices, en anterior período sin tiempo, cuando dejaron la huella de su calvario. Figuras obscenas o religiosas hechas con urgencia y perennidad. Como si cada carcelero conociera exactamente cual era el momento límite entre la cordura y la locura, entre la razón y el desvarío de cada preso. Para entregarle el inofensivo instrumento que le permitiera no morir anónimamente, desconocido. La única y premeditada gracia, para que el siguiente supiera que disponía de todo el tiempo. Que aceptara resignadamente. De allí nadie saldría con vida.

Ese cubo trágico albergó almas sufrientes, condenadas. Cuerpos destrozados por el tormento. Sus paredes quedaron impregnadas de espantosa humanidad. Huelen a ella.

Sí, con paciencia infinita grabó las doce letras de la evasión, de su esperanza. Se negó a sí mismo.

Me detuve largo tiempo frente a esa celda. Examiné sus rejas, palpé sus piedras, empujé la puerta abierta, me metí en ella. Miré con reflexivo detenimiento el marco del ventanuco cubierto de grabados. ¡Hermano hombre!.¡Sé que has estado aquí!. He admirado el palacio, deslumbrado por su arquitectura, lujo y belleza. Impresionado por su historia. Traspuse su entrada cargado de sol. Llevando aún impresas las imágenes de la plaza, el verde esmeralda de los canales, el dorado que remata las columnas de la catedral. El cielo, las barcas.Maravillado con sus obras de arte, me deslumbró su lujo y refinamiento. Odié con horror sus mazmorras y los siniestros sótanos. Ver el lugar oprime el alma. Uno cree identificarse con el espanto. Imaginarlo. Pero debe ser imposible lograrlo. Es como querer idear el infierno. Unicamente quien lo ha padeció, lo ha muerto lo sabe. Allí en pequeños trozos de piedra pulida sus desventuradas huellas. Esas mágicas y terribles palabras. Magnéticas.

Volví sobre mis pasos por el corredor estrecho buscando la salida. Exactamente doce hasta la escalera húmeda. Doce para ver la luz del día, plena , primaveral. ¿Habría contado el infeliz el número al bajar para llegar a su celda?. Seguro no. Probablemente después del tormento lo arrastrarían inconciente, lo arrojarían sobre el camastro para morir. Para vivir. Seis dolorosos pasos para recibir la inmunda comida. Seis para sentarse y comerla.Seis para hacer sus necesidades, y otros seis para dejar el recipiente junto a la abertura inferior de la puerta. donde pasaría indistintamente en un ir y venir escudilla, agua, mendrugos y sanguinolentas deyecciones..

¿De dónde saqué este número doce?. ¿De dónde saqué esta historia?. La fuí imaginando al leer su mensaje en la piedra.

Un cubo perfecto. Estoy encerrado en esa monótona geometría decorada con los últimos diseños de la arquitectura moderna. Son más pero cuento doce los pasos entre el archivo y el escritorio. A la ventana para mirar el río desde el piso doce.Cuando camino imaginariamente como un hombre  mosca. O las veces que me distraigo garabateando dibujos o palabras mientras recorro mentalmente las paredes. Doce desde el baño de mi casa hasta la cama donde me espera una mujer real de carne y hueso. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y tomo ese bibliorato. Siete,ocho, nueve, diez, once, doce me tiro sobre el camastro. Suenan las doce campanadas de la torre de los ingleses. Mido mentalmente los pasos que me separan del escritorio a mi secretaria. Seis hasta llegar a sus esbeltas piernas. Regreso tímidamente con cierta excitación y avergonzado. Desando el camino hasta mi sillón-camastro.No quiero impedir imaginarla acostada a mi lado. Camino por la calle obsesionado por el número doce y en un bar atrapo una escudilla de bazofia. Percibo que mi mundo  es un perfecto cubo de piedra. Aspera, fría gris. Tomo conciencia que mi vida es oscura la mayor parte del tiempo. Luminosa en cortos períodos. He perdido de pronto el de seguir viviendo. Del contacto con la tierra húmeda.  Esa tierra que ensucia la piel, ennegrece las uñas. Con olor a savia  y raíces mezcladas. Hojas caídas, trozo de solo oscurecido y muerto. Soy como el prisionero torturado, anónimo cuya huella es más importante que la mía. Que perdurará más tiempo. Mi tránsito por el mundo seguramente fugaz. Probablemente casi inútil. Recorro doce imaginarios pasos. No más, aunque sean infinitos. Para adelante, para atrás. Hacia los costados, hacia cualquier parte. Me es indiferente y no tiene importancia. En realidad, no sé hacia dónde orientarlos. En ese deambular sin rumbo, agobiado  por la rutina y la mediocridad, me encuentro frente a mi escritorio sentado en mi sillón-camastro. Yo y el cubo. Yo y los doce pasos. Sin darme cuenta por hábito maquinalmente  más deprimido que de costumbre, garabateo dibujos religioso, obscenos. Y con alegría y espanto al mismo tiempo, en acto de liberación y autodestrucción, escribo esas doce letras fatales.Grito visceral. Mensaje llegado a través del tiempo.

Chau hasta la próxima

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