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"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

miércoles, 29 de octubre de 2008

150 La inmortalidad


Para celebrar la aparición del nº 150 de UFA cumplo con el propósito que me hice hace tiempo  de dar a conocer en forma escalonada los cuatro cuentos del libro Cuentario que en su momento publicamos con María Isabel Clucellas, Martha Salas y Hugo Leguizamón.Fué en el año 1982. Los tres anteriores, El hombre que rellenaba minutos, El héroe, La extraña melodía podés encontrarlos en Ufa pasados. Al libro si buscás por Google la palabra Cuentario verás  que por causas desconocidas para mí lo tiene una librería de Moscú.

LA INMORTALIDAD

Los primeros síntomas de la enfermedad no lo tomaron desprevenido. Podría asegurarse que los esperaba, casi con impaciencia. Sentimiento que luego se trastocó en terror, al no encontrar sus colaboradores, como lo había planeado, la solución imaginada.
Al igual que cualquier ser humano sabía que la muerte lo acechaba. Pero su instinto de conservación, gracias a su asombrosa y superior inteligencia, a su formidable personalidad, pasó racionalmente a se parte de la conciencia. Punto de partida para el dominio y la mentalización de lo inconciente. De allí nació su máxima aspiración: lograr la INMORTALIDAD.
En pos de esa idea utilizó toda su capacidad y fortuna acrecentada con hábiles manejos y golpes de suerte. Vivió en permanente tensión, como la cuerda de un arco a punto de disparar una flecha. Igual que un instrumento bien templado, sensible al menor roce, y capaz de emitir las mejores melodías o los sonidos más agresivos, según como lo pulsaran los dedos de la vida. Preparado para un fin imprevisible, ignoto, comenzó a elaborar la idea que le permitiera eludir su destino, común al destino de todos los seres mortales. Más, sería el diferenciado, el único. Alternó sus actividades aumentando de mil maneras la mayor de las veces con escasa escrupulosidad, su ya enorme, incalculabre riqueza,y la búsqueda de la solución, su solución. Indagó en la historias, recorrió el presente, preguntó al futuro. Valiéndose de un verdadero ejército de historiadores, científicos y aventureros dispuestos, previo generosos contratos, a participar de su aparente quimera. Ninguna posibilidad fue desechada. Todas sometidas a severo análisis y procesadas cuidadosamente, en un centro de computación creado exprofeso. Aún la idea o el método más absurdo, adquiría ante su equipo el carácter de hipótesis; luego verdaderas tesis incomprobables..De cientos, de miles de alternativas surgidas de todas las edades y épocas, de alquimistas y brujos, de sabios y charlatanes, una, solamente una, logró trazas de verosimilitud, a pesar de su caracter de leyenda. Hacia ella orientó sus investigaciones, la búsqueda desesperada. Condicionó su vida al afán de superviviencia. Se aisló totalmente del mundo. No podía ni debía sufrir accidente o enfermedad alguna antes de lograr la fórmula de la inmortalidad.
A partir de ese instante buscaría, esperaría la muerte con morboso placer. Renunció a los placeres físicos totalmente convencido que en su inmortalidad tendría tiempo, más que suficiente para disfrutar de su otra, nueva vida. Jamás se le ocurrió pensar que la muerte podría significarle alguna vez una bendición, harto de la eternidad material. Ante la perspectiva de ver pasar los siglos y los siglos. O sufrir la pérdida de seres queridos renovados en un eterno sin fin. Quedar inhibido para siempre de entrar en los misterios de la muerte. Lograr la verdadera y espiritual eternidad.
Su único y absoluto objetivo era estar preparado para la transición entre la vida, muerte, vida, e interrumpir por primera vez ese ciclo biológico. Su arrogancia lo llevaría a sentirse, a transformarse en un dios, en Dios. Hasta ahí llegaba su delirio.
Orientó sus pesquisas, sus investigaciones hacia la leyenda de Avicena. Los colaboradores recorrieron Medio Oriente. Siguieron paso a paso la vida dle sabio. Lo reconstruyeron todo. Su nacimiento en el año 980 de la era cristiana. Sus estudios en el "Santurario de la Sabiduría". Cómo consiguió a los diez años recitar de memoria El Corán. De qué manera se transformó en médico a los diez y seis. Cual fué el proceso para que Ibn Sina (Avicena en español) dominara entre los diez y ocho  y diez y nueve años la ciencia filosófica, las letras, la poesía, la física, la matemática, la geometría y aritmética. La astronomía, medicina y otras disciplinas. Por qué en esa época fué el más sabio.
Pero el interés de los investigadores recayó particularmente en sus conocimientos médicos y farmacológicos. Quedaron seducidos, atrapados por la historia de la muerte de Avicena en el desierto cerca de la ciudad persa de Hamadán un 18 de junio de 1037. En ese lugar su ayudante, presa de honda emoción,derramó la ampolla número cuarenta, la decisiva, en instantes que el milagro se operaba, y el cuerpo de Ibn Sina recuperaba sus movimientos. Volvían la respiración y los colores. Otra, inmaterial, fué la inmortalidad lograda por el sabio. La búsqueda de la fórmula, del método insumió tiempo y dinero. Cada una de las ciudades visitadas por Avicena durante la peregrinación que realizó en su no muy lara vida, fueron investigadas minuciosamente sin fortuna. De la fórmula ni rastros.
 
A pesar de toda las precauciones adoptadas hizo su  presentación EL DESTINO. Una mañana, Atanasio al tomar su ducha habitual recorrió con las manos morbosamente su cuerpo enjabonado. Lo hacía buscando un placer que su soledad premeditada, su aislamiento le impedía lograr de otra manera. Una vida sin amor plena de amor a sí mismo. Impulsado por un extremo narcisismo, rodeado de espejos (exactamente cuarenta podían contarse, cubriendo paredes y techo del baño) admiraba y examinaba su físico  minuciosamente. Cultivaba su cuerpo con esmero, reservándolo para el soñado momento de la inmortalidad. Para gozar de él y  con él en plenitud. Pero esta vez, mientras se acariciaba, descubrió con sorpresa en la zona cervical unos bultos indoloros. En los días siguientes aparecieron nuevos bultos axilares, inguinales. Una temperatura rebelde, irregular lo hizo su presa. El diagnóstico mèdico confirmó la presunción de su gravedad. Comenzaron a dolerle los huesos. Con alegría primero esperanzado en su mito, con inquietud y terror después supo de su fin inevitable. Sus sueños, sus proyectos, las absurdas pretensiones quedaron destruídas. Los emisarios regresaron con las manos vacías. Ni rastros de esa fórmula que un día estuvo a punto de darle a Ibn Sina la inmortalidad física. Todo no había sido màs que una hermosa leyenda.
 
Con dificultad entró en su baño. El vapor de una ducha caliente largo tiempo abierta, llenó el ambiente de una especie de niebla. Todo estaba empañado.. Lleno de contrariedad quiso verse reflejado, comprobar con amargura una vez más su decadencia. Preguntarle a su otrora esbelto cuerpo donde habían ido a parar sus delirios. Casi se desvaneció al pasar la mano por uno de los espejos. Signos árabes aparecían allí escritos. Febril, ansioso, tomó una toalla y comenzó a desempañarlo todo. Estaban las cuarenta fórmulas buscadas. Salió desnudo. Buscó papel y lápiz y comenzó a copiarlas. Su absoluto dominio del idioma le permitió hacerlo sin dificultad. El block manuscrito se constituyó en única prueba del mensaje recibido. Los signos desaparecieron de los espejos, misteriosamente.
Planeó todo inmediatamente.  Ingenieros electromecánicos, especialistas en cibernética diseñaron una máquina munida de sensores con una computadora programada en su interior que inyectaría por orden cada una de las cuarenta drogas necesarias para inmortalizarlo. La máquina con suficiente sensibilidad para ir registrando su recuperación establecería los tiempos de administración de las pociones, dosificándolas. Esta vez no habría un ayudante emocionado que derramara la última ampolla. Todo sería perfecto. La historia no volvería a repetirse.
Su enfermedad se agravó. Comenzaron los dolores por compresión vertebral. El hígado aumentó de volúmen. Un color amarillento tiñó su piel. Respiraba con dificultad. Fué presa de una intoxicación general. Su aspecto ictérico se trocó por una pigmentación bronceada. La enfermedad entró en su última fase. Un 18 de junio lo trasladaron a una habitación preparada al efecto. Esperó con alegría su fin, deseándolo. Tuvo la absoluta seguridad de entrar en una etapa de transición. Recuperaría su perdida juventud. A partir de ese milagroso y esperado momento, su vida, los goces, serían eternos. Cerró los ojos. Hizo caso omiso a los dolores. Permaneció indiferente, insensible al sufrimento. Sin temor alguno murió. La máquina en el instante preciso se puso en funcionamiento. Una a una con las pausas que la recuperación establecía y los sensores registraban iba inyectándole las dosis convenientes. Una a una hasta llegar a cuarenta.
El cuerpo de Atanasio fue recuperando el tono, la elasticidad abandonando la rigidez cadavérica. Los colores de la vida volvieron a las mejillas, a la piel. Una pausada respiración, una inspiración plena, profunda, señaló el renacer en la dosis treinta y nueve. Ese cuerpo lucía como en sus mejores momentos. Un Apolo, un semidiós asomaba a las puertas de la inmortalidad. La máquina, poseída de una "extraña emoción", inexplicable en un objeto inanimado, vaciló ante semejante prodigio, ante ese maravilloso milagro. Y la ampolla número cuarenta cayó derramada sobre la hermosa alfombra persa que cubría el piso de la habitación. Antes de autodestruirse, tal como estaba programada, junto al cuerpo inanimado de un hombre extrañamente joven, se oyeron unos sonidos electrónicos que podían interpretarse como una larga carcajada, una risa irónica y cruel, o un desgarrador llanto.
 
Como dijo el editor "mientras se sigan contando historias, mientras se trasmitan o se lean cuentos, el hombre seguirá soñando" 

Chau y hasta la próxima

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