Aparece los miércoles y los sábados

"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

sábado, 17 de enero de 2009

173 La Luz


Introducción: Hace un tiempo leí en la revista ADN de La Nación un artículo firmado por Eduardo Berti titulado Hotel, dulce hotel, donde expresaba la importancia e influencia del hotel, de su cuarto en la creación artístico literaria, en especial más que en ninguna otra actividad intelectual. En su nota desfilan nombres de famosos escritores que hicieron del cuarto de hotel el lugar donde planearon sus obras. En virtud de lo expresado por el periodista creo que mi cuento La luz al situarse en un cuarto de un Otel, sin h, miserable coincide por supuesto sin la menor pretensión con la tónica de situaciones imaginadas por esos artistas que las ubicaron en hoteles de las más variadas categorías y nacionalidades.
 
La luz
En un principio trató defenderse con las manos. Los relámpagos se filtraban a través de las persianas y herían sus pupilas, perforándole los párpados. Se los cubrió con los dedos, pero igual  la luz penetraba por los resquicios. Los de las persianas, las cortinas. Tenía la sensación que traspasaba su carne, sus huesos, sus vervios, su sangre. Hasta creyó  ver cierto tinte rojizo en cada destello. Quedó convencido que el relámpago era una fuerza implacable capaz de atravesarlo todo, de salvar cualquier obstáculo. Quedaba pendiente el trueno, algo más lento, llegaba instantes más tarde. A la intensidad de un resplandor correspondía la intensidad de un ruido proveniente de una atmósfera convulsionada, relampagueante y atronadora, descargando una lluvia cada vez más furiosa, y todo se conjugaba para interrumpir su soledad. Refugiado en ese cuartucho de hotel donde había ido a parar huyendo hasta de sí mismo.  Pero le llegaban los ruidos, las voces, los recuerdos y destellos nocturnos de la tormenta y del letrero luminoso. Con un OTEL   sin hache. Un desperfecto en los tubos de neón cometió esa falta de ortografía y dejó una letra en la penumbra, anónima. Ni en blanco ni en verde. En ninguna de las dos variantes como debía anunciar un lugar que prometía muy poco, o quizá demasiado. Paredes descascaradas, cucarachas, chinches. Mujeres que subían cansadamente la escalera y bajaban tras breve tiempo, más cansadas aún. Para volver a comenzar. Volver a ascender con otro y otro cliente. ¡Noche de suerte y de trabajo!. ¡Y ese OTEL parpadeando incansablemente!. Un breve zumbido previo y OTEL en blanco. Zumbido y OTEL en verde.¿Cómo pódía estar solo cuando esa palabra se empeñaba, insistía en colarse en su cuarto vestida de luz?.
Zumbido. Luz blanca. Zumbido. Luz verde. OTEL...OTEL...
Gracias por llegar se dijo.
¡Basta de luz!, gritó o creyó hacerlo.
Quiso oscuridad para poder pensar, para poder hallar la esperanza en el fondo del tunel. Y ahora se le sumaba la tormenta Con sus relámpagos y truenos. Y el golpetear de la lluvia en la ventana. Bocinazos, voces, maldiciones, olores, calor. Alguna radio emitía melodías intrascendentes y pegadizas. Risas, blasfemias. Taconear de mujeres. Pasos de hombres, ruidos lascivos. ¡Y esas luces!.
El luchaba para que los relámpagos, los destellos del neón, el OTEL, blanco, verde, difuso e intermitente, fundidas las letras en resplandor no se filtrara por la ventana. Imposible. Siempre la luz penetraba utilizando cualquier resquicio, por ínfimo que fuera. O afrontar el riesgo de la oscuridad total.¿Pero quién es capaz de sobrevivir serena y equilibradamente en ella, sin pavor, sin tormentos? Quizá la oscuridad absoluta, junto con el silencio sea la gran oportunidad, el mejor medio para encontrarse con uno mismo. Para retroceder y regresar al seno materno. O descender al sepulcro.
 
Dejaba un resquicio para esa luz salvadora. Así destruía esa posible y aterradora soledad absoluta. Terrible, agobiante. La luz, sinónimo de vida y evasión. Luchaba casi plenamente, con casi todas sus fuerzas. Pero casi, no del todo. Intentando que ella penetrara, porque sus mecanismos de autodefensa funcionaban a pesar de él. La luz se enseñoreaba en la habitación y en su alma con su inconciente complicidad. Utilizaba para detenerla elementos incompletos, insuficientes. Una colcha agujereada, una tela traslúcida, su propio cuerpo. Y la luz pasaba. Lo hacía con colores propios  tiñéndose, robándole tonos al objeto interpuesto. Relámpagos rojos como el cubrecama que le tapaba la cabeza. Destellos marrones de cortinados mugrientos.
Y la ventana. Boca rectangular sellada por cuatro vidrios sucios. Una cortina americana de flejes deteriorados, rotos, desparejos, de un paralelismo distorsionado por el tiempo y el abandono. Allí sí la luz se empecinaba en delimitar el marco, resaltar una cruz. Soporte de critales manchados con polvo, dedos, restos de carmín y huellas de narices aplastadas en intentos por espiar el mundo exterior.
Ventana, palabra mágica para nombrar una abertura orientada hacia el alma humana. Tras sus vidrios la más terrible de todas las tormetas. Silenciosa, sin estridencias, sin truenos ni relámpagos. Afuera, el cartel anunciante, el calor, los automóviles, la noche, la  lluvia. La luz parpadeante obstinada en llegar hasta ese hombre solitario, que luchaba, luchaba intensa y desesperadamene.
¡Quiero estar a oscuras! volvió a clamar y nuevamente intentó detener la luz con sus manos. Primero cubriéndose el rostro. Luego pretendiendo apresarla a manotazos como quien atrapa moscas.
Se fué agotando. Su cuerpo bañado en transpiración, mal oliente, con un aspecto peor aún del que tenía antes de llegar la noche. La temida y ansiada noche. Pero junto con su fatiga,como si hubiera entrado en otra agonía la luz comenzó a extinguirse. El OTEL se tornó debil, casi imperceptible. Igual suerte corrieron los relámpagos, las luces de la calle. Aunque seguía lloviendo y tronando pero sin destellos. El tirado en la cama con los puños extrañamente refulgentes. De su interior se escurría una extraña luminosidad.
Lentamente, casi con terror abrió la mano y la habitación entera se iluminó. Con luces de todos los colores, aunque predominaba una singularmente blanca. La cerró rápidamente y todo quedó a oscuras. Se incorporó parsimoniosamente. Guardó la luz en los bolsillos y sin pisar el suelo salió del cuarto. En la escalera de un marmol alguna vez blanco y ya muy gastado, se cruzó con una puta que colgada del brazo de un cliente le susurraba promesas al oido.
Abrió una mano y un rayo de luz la iluminó.
 
En su marcha fué hermoseando todo lo encontrado. Con un simple gesto trocaba la tristeza, la miseria, el desconsuelo en alegría, felicidad. Fué regalando la luz a todos aquellos infelices que lo necesitaban. Le bastaba separar sus dedos, o sacar un rayito de sus bolsillos para realizar el milagro. Así prosiguió su marcha por el mundo, por las conciencias, por las almas derramando su luz.
Hubo quienes lo siguieron y quienes lo repudiaron, pero él continuó su camino. Aunque claro, ya no era un hombre.

Chau y hasta la próxima.
 

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