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"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

miércoles, 27 de octubre de 2010

357 El viaje.

 

Guillermo Kuitka  Turín

¡Oh muertos de andar esquivo,

que confundimos siempre con la inmovilidad!

Perdidos en su sonrisa como epitafio, en la lluvia,

de posturas contraídas , molestos de tanto espacio...

Acabásteis con los labios, sus razones  y sus besos.

Con las manos que nos siguen siempre sin apaciguarnos,

con los cabellos que crecen y las uñas que se rompen,

y, tras de la frente dura, con la mente que se agita.                 Julio Supervielle.

-¡Niña, no te bañes tanto que se te irá el cuerpo por el desagüe.

Pero ella, como todos los días, mientras tomaba su baño de inmersión, pensaba en un viaje imaginario a través de las cañerías. Que la proyectaran fuera de ese caserón, de donde jamás saldría, salvo con el pensamiento impulsada por su ilusión, por su afán de fugar.

De esa habitación grande, techo alto;azulejada en blanco amarillento. De patio con galería , malvones, geranios, macetas pintadas con minio sobre pies de hierro negro. Y en los rincones sombríos, helechos y plantas de poco sol. Piso embaldosado con algunas reminiscencias italianas. En burdo por repetir el estilo renacentista. Mármol primorosamente tallado y pulido en solados de palaciose iglesias de época. De ese zaguán que nunca transpondría, donde jamás conocería el amor.

-¡Niñaaa!, cámbiate que el doctor vendrá a verte.

¿Para qué?.¿Acaso no sabían que estaba irremediablemente loca?

-Pobre, no tiene cura- oyó un día cuchichear a sus padres desde el hueco de la escalera.

-Pero no la internaremos. No, jamás. Quedará en casa para siempre. Aquí será lo que quiera. Afuera, si llegara a salir, una loca. Que nadie se entere. Que nadie sepa de su existencia. Como muerta. Hasta que muera.

Pero estaba viva. Crecía. Se modelaba.

Formas. Pechos. Sexo. Mujer.

¡Qué  sutil puede llegar a ser la diferencia entre el equilibrio y la locura!. Entre la cordura y el desvarío.

Viéndola nadie podría afirmar que esa hermosa muchacha no pertenecía al mundo de los juiciosos. Gestos imperceptibles;actitudes difíciles de comprender;y esa mirada...

Apagada, vivaz,igual que la de todos pero fuera de momento. Como si algo funcionara a destiempo, a contramarcha de la lógica. Un reloj mental que atrasa o adelanta. Una ampolleta cuya arena cae a intervalos, irregularmente. ¡Clepsidra sin agua!.

Alegre en la tristeza. Opaca en el regocijo. Lejana en la concentración. Con un denominador común. Ese dejarse estar. Esa abulia constante que la envolvía dentro de un aire soñador, etéreo, ausente. Sobre todo cuando se sumergía en el agua. Dejando correr el chorro caliente del grifo principal. Una suerte de vapor fluido. Segura que el exceso de líquido se iría por la rejilla superior. Allí, casi al borde de la bañera, en un extremo, sin temor a que desbordara. Roseta metálica interpuesta entre el blanco del esmalte y el negro del caño del desagüe. De su centro colgando como un monstruoso pistilo una cadena de perlitas metálicas enhebradas, terminadas en un tapón de goma, único obstáculo entre el placer y el viaje.

Tirando de ella lo quitaba e instintivamente contraía sus miembros, todo su cuerpo con la secreta esperanza de acompañar al agua que, girando en remolino, con un sonido característico, se iba por el agujero negro, profundo, que a ella se le antojaba abismal.

Dejándolo, con el agua cubriendo su cuerpo, soñaba con otro cuerpo más cálido, más denso, que también la cubría, aunque no sabía como. Por intuición.

Su otro viaje  hacia el placer y el amor. Ayudando a la mente con sus manos. Recorriendo con la mirada en ninguna parte, el baño grande; los azulejos casi amarillos; el  alto tanque del inodoro; la luz flor sobre el botiquín y el espejo; el piso de baldositas hexagonales y guarda negra, parecido al que alguna vez vió en un libro con láminas de Pompeya

Imaginaba. Imaginaba en ese viaje su viaje placentero. Mezcla de sueños, tibiezas y manos que se acariciaban. Hasta quedar exhausta.

A veces la interrumpía esa voz familiar de la madre.

-¡Niñaa!, no te bañes tanto que se te irá el cuerpo por el desagüe.

Sentía vergüenza. Permanecía unos instantes inmóvil, con la sensación de haber sido sorprendida. Pero la excitación podía más. Recomenzaba el viaje por su solitario camino al amor. Suavemente asía la cadenita, tiraba del tapón de goma. No cerraba del todo el grifo. No suprimía esa fuente de calor. No deseaba tener frío. Prolongaba la tibieza y la voluptuosidad. Y aguardaba con ansiedad, esa segunda parte de su viaje que nunca se cumplía. Envidiaba a la espuma. Pensaba en las células descamadas de su piel. En su saliva, en su orina. En algunos pelos de su pubis que en un fregar frenético y sensual se desprendían, acompañaba sus humores para girar locamente en el remolino y partir. Partir hacia lo desconocido. ¿Hacia la libertad?. Observaba el sedimento jabonoso y esa línea que bordeaba el fondo de la bañera, que el agua no alcanzaba a llevarse, a arrastrar. Como una película imperceptiblemente granulosa, resbaladiza, impalpable, adherida a las paredes blancas, junto a su cuerpo desnudo, encogido, ahora enfriándpse. Viajeros frustrados.

-¡Niñaa!. Nuevamente la odiada voz llegada de la realidad. No de la suya. Que pretendía sacarla de ensimismamiento. De su locura, o de sus sueños para transportarla a la rutina y  la prisión.

-No permitiremos que salga de aquí,- se repetía  reiterando lo escuchado furtivamente. Más ella salía igual. Se iba velozmente al amor que deseaba, que soñaba corporizado allí, abrazándola en ese infranqueable y penumbroso zaguán. O sumergida en el agua tibia. -O partía a través de los caños.

Se transformó en agua, espuma, suciedad y circuló alegremente por los conductos cloacales. Acarició las paredes cilíndricas de plomo y cemento. Zigzagueó por el sifón y antes de atravesar la cámara de inspección, un tenue rayo de luz iluminó su camino filtrado  a través de la rejilla del piso.Tropezó con cucarachas emboscadas en los codos. Cruzó sin náuseas esa oscurísima cámara hasta llegar al caño maestro. Recorrió fascinada el mundo subterráneo de la ciudad y en la primera tapa que encontró salió a la superficie. A la calle. A la libertad. Al cielo azul luego de tanta negrura e inmundicia.

-Niñaaa.

Como un rayo desanduvo el camino. Emergió rápidamente por el desagüe de la bañera. Nuevamente allí. Encogida, desnuda, enfriándose. Sin cielo azul. Sin libertad.

Afroditaaa...- rugía la voz del padre, sustituyendo aquella niñaaa apagada para siempre.

Afrodita. Su nombre le sonaba a ironía.

La casa resultó más grande, si cabía. Solo dos habitándola, desde que murió su madre. Y alguna ocasional sirvienta. Pero esa no contaba.-Afrodita- para sacarla de su ensimismamiento. Para hacerla retornar de sus viajes. Con el tiempo, el silencio. No más voces. Ni autoritarias ni dulces que la hicieran regresar. Ella sola. Ella y sus sueños, sus placeres, sus evasiones, su locura. No comprendió que era libre, ni intentó abrir la puerta para conocer ese mundo ignorado. Para recibir en el zaguán al amor imaginario. Para ver otros cielos azules, diferentes de aquel rectángulo que parecía techar su patio. Con plantas secas. Basura. Hojas de varios otoños. Todo en ruinas.

Continuó viajando sumergida en el agua tibia. Desprendiendo sin advertirlo cada vez mayores trozos de su enflaquecido cuerpo. De su prematuramente envejecido cuerpo.

Se fué deshaciendo.

Cada  porción de su organismo realizó el soñado viaje. Como dentro de un gran alambique destiló gota a gota su vida que se iba lenta pero inexorablemente por el desagüe de la bañera. No resonaron más esas voces amadas y odiadas.Niñaaa, Afroditaaa.Dulce una, ronca la otra, que tenían el mágico  poder de hacerla regresar de sus viajes.

En la casa vacía no quedó nadie. No quedó nada. Salvo suciedad;abandono, macetas descascaradas, sin plantas; un libro de Lorca amarillento, carcomido, tirado en el piso con un par de estrofas subrayadas.

Un esqueleto en una bañera y un hilo de agua cayendo de un grifo, semicerrado o semiabierto, llenando en parte la soledad del lugar, con un rumor de agua, de arroyuelo. En tono suave, casi inaudible, monocorde.

Chau y hasta la próxima.

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