Aparece los miércoles y los sábados

"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

miércoles, 29 de junio de 2011

428. Historias de "mal humor". Ay, usted me confunde caballero.

 

El salón de la condesa brillaba más que nunca. Ese día, como lo  hacía regularmente, celebraba su cumpleaños. Arañas,si cabía más encendidas que nunca. Espejos reflejando, repitiendo figuras engalanadas, mujeres hermosas, elegantes. Hombres uniformados, llenos de condecoraciones y entorchados; sirvientes solícitos distribuyendo exquisitos manjares y bebidas y un ujier anunciando con voz monocorde la llegada de los invitados.

La condesa, joven, viuda, en consecuencia doblemente deseable, mejor dicho triplemente , porque era rica, bella, o...¡oh!... se la veía asediada de más en más por cuanto caballero, comprometido o no, se cruzara por su vida. Algunos con aparentes mejores intenciones, otros con aparentes peores intenciones, pero todos en el fondo y sin excepción con muy malas intenciones y con un objetivo fundamental:"cazarla". Disfrutar de ella, llegar en lo posible a la ansiada horizontalidad. Gozar, si cabía de todo lo que era poseedora, principalmente su riqueza, su espíritu, su cuerpo, su... En este juego de asedio permanente, todos habían fracasado-. La condesa era una hermosa y anheladora fortaleza, en apariencia inexpugnable. Nadie acertaba con la fórmula para tomarla, ocupación que los llevaría a abrir otras puertas, la de la fama, o por lo menos la de su alcoba. Imaginaban en sus afiebradas mentes ese delicioso momento en que entre ayes, suspiros, encajes y perfumes, culminaría una larga y permanente tarea de acechanzas, cartas, atenciones de diversa índole. Inflamados poemas, amenazas de suicidios, posibles duelos entre pretendientes,todos los recursos empleados se estrellaban en la firmeza imperturbable de la fría e indiferente condesa, que parecía jugar con el corazón de los admiradores.

Un caballero, nada caballero por su directa técnica amorosa al quedar más que prendido, flechado por la viuda vió crecer de manera impetuosa e irrefrenable sus poderosos instintos sexuales. Sus antepasados, viejos nobles participantes de cruzadas, tomas de castillos y demás guerras de sus épocas, coronadas siempre con matanzas de niños, ancianos y violaciones de mujeres, parecían estar concentrados en este personaje, de hermoso físico, fina cultura,nada desdeñable riqueza y sobresalientes cualidades.¿Terror? de las mujeres se conmovía hasta el fondo de su alma  al menor contacto visual o físico de una piel femenina. En los saludos el se detenía más de la cuenta en el beso de las manos, a veces con actitud canibalesca, dominado por su impaciencia sexual con el consiguiente rubor exterior y escalofrío interior de la agraciada de turno. En el momento que sus labios se posaron por primera vez sobre la perfumada y suave mano de la condesa, todo su ser se conmovió y sus ancestros comenzaron a aflorar y su mirada escudriñó atrevidamente no solo los ojos de la bella, sino su cara, su cuerpo, sus hombros, traspasando ropas. Tal fué la sensación que la condesa percibió de la agudeza de esos ojos escudriñadores y apasionados, y con dificultad retiró su mano retenida más allá de las reglas establecidas por las costumbres. Y sintió junto con  un rubor generalizado un verdadero calor interior, un coup de chaleur. Y no hubo escalofrío que congelara los efectos de es primer escarceo. Por su mente y su corazón pasaron recuerdos no muy lejanos de los amores con su difunto esposo. Fué un reverdecer de dormidas pasiones. Toda la estructura de esa hermosa fortaleza  se resquebrajó por instantes, hecho que no pasó desapercibido para la ávida experiencia del conquistador. Inscripto en exclusiva en el carnet de baile comenzaron los acordes de un rigodón.Los roces provocados por el baile  no hicieron otra cosa que alimentar la atracción. El vals fué el gran pretexto para estrechar los cuerpos. Ella se abandonó soñadoramente en sus brazos. Los ingobernables instintos de él y los en apariencia controlados de ella.comenzaron a liberarse impulsados por el torbellino de la música. Un girar embriagador entre susurros de palabras inflamadas. Palabras principalmente pronunciadas por él dirigidas a unas primorosas orejitas, mientras le echaba ávidas miradas a su generoso escote, que ella escuchaba con ojos entrecerrados, casi desmayadamente. Pero de pronto abrió desmesuradamente los párpados dejando ver en todo su esplendor sus negras pupilas, brillando cual dos brasas, y propinándole un sonoro bofetón exclamó con energía e indignación: ¡Ay, usted me confunde caballero!.

De allí en más el asedio se transformó en una dulce guerra. Largas cartas, breves esquelas finalizaban siempre con clarísimas propuestas respondidas al principio con lacónicos y fríos ¡ay, usted me confunde caballero!. La toma de la fortaleza fué cuestión de poco tiempo. La noche consabida muchas puertas se abrieron... entre otras la de la codiciada alcoba.  El con incontenida pasión, ella con disimulada resistencia. A cada avance en la posesión, en la semi-penumbra, entre candelabros que prudentemente se iban apagando; prendas desprendidas por dedos nerviosos e impacientes, suspiros, ayes y voces casi inaudibles, palabras ininteligibles o un altisonante¡maldito botón!, dicho con dientes apretados, se intercalaban hasta el cansancio con la consabida frase ¡ay usted me confunde caballero!. Y entre tanta "confusión" los candelabros pudorosamente terminaron de apagarse, las ropas dejaron de volar, y la frase, la consabida frase fué dicha una vez más, como un susurro, como un gemido placentero pero esta vez con un pequeño cambio en la colocación de las palabras.  Caballero, usted me confunde ¡ay!.

Chau y hasta la próxima

No hay comentarios: