Aparece los miércoles y los sábados

"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

sábado, 23 de julio de 2011

435. Juan Bautista Aschero. Navegante y abuelo.

el 1er y ultimo emigrante

Aclaración: Lo mencioné muchas veces. Ahora lo mostraré en toda su dimensión dentro de mis afectos y recuerdos. Pido disculpas por esta insistencia tan familiar, tan mía.Como es bastante extensa la daré en dos partes. Quizá no comprendas algunas alusiones y te resulte algo críptico, pero vale el conjunto. Gracias por tu paciencia.

Voy a contar una pequeña historia poco original, común, quizá vulgar. Es parte de la vida o leyenda de un hombre anónimo, de un hombre más. Como en este caso carece de significación y entidad suficientes para lograr trascender, seguramente la opinión crítica hallará componentes corrientes, motivadores de reflexiones o conclusiones que podrían inducir a descartar su lectura.Hay en estas palabras escritas, plenas de subjetividades la premeditación de relatar aspectos o rasgos de una de las tantas vidas  cargadas de esfuerzos, ilusiones, hijos, llegados a nuestro país a fines del siglo XIX. Esa generosa corriente inmigratoria dispuesta, junto con otras razas y nacionalidades, a poblar tanto descampado, tanto desierto, a llenar tanto espacio vacío. Cuando partir de la patria, del amado "paese" era romper definitivamente con ella, con la familia, los padres. Seguramente no verlos más. Iniciar una aventura arrastradora de seguidores dispuestos a sumarse en torrente al éxodo. Otros parientes, otros amigos se animarían luego, detrás de los adelantados. Con las primeras noticias llegadas de la lejana América, las fantasías por delante, toda la  realidad sobre las espaldas.

Mi abuelo, de él se trata partió de Génova rumbo a Buenos Aires. Su último viaje, su primer barco a vapor. Antes, surcador de mares, bebedor de vientos en veleros de ensueño.

Allí en un cajón de la cómoda, un estuche de madera en forma de tubo. En su interior agujas para coser velas. Un foque, un trinquete, una mesana, cualquiera. Da lo mismo sean cuadradas o latinas. Y una manopla de cuero con una especie de dedal en la palma para empujar esas agujas. Hacer fuerza y atravesar los paños desgarrados. Aprehender el aire. Impedir fugas mermadoras de velocidad. Todo el viento apresado, aún la más mínima brisa impulsando a la nave por rumbos mediterráneos. Atrevidas singladuras más allá de Gibraltar. Incursiones atlánticas.

Una cerradura que suena cual caja de música. Atento el oído porque la llave gira y gira sin lograr su cometido. Solamente arrancando notas iguales, monocordes, mas no consigue abrir el baúl comprado en Turquía. Existe una sutil diferencia. En un instante girar la llave hacia el lado opuesto y el milagro se produce. Queda expuesto su interior. Ese cofre de madera marrón, manijas de cuero aviborado y todo el misterio de un lejano y exótico país, excitando la imaginación infantil. Aunque ya conocíamos de antemano su vulgar contenido. Baúl, testimonio irrefutable de la leyenda tejida sobre el pasado de ese abuelo navegante. O aquella bala de cañoncito aprisionada entre libros, sobre un estante de la biblioteca. Entre novelas que nos hablaban de otras aventuras incapaces de superar aquellas vividas, fantaseadas por ese hombre rubio, de ojos claros. Alto, bello, varonil. De voz suave y dulce. Aventuras posibles o imposibles anidadas en nuestro febril pensamiento, influidas por islas del tesoro, mosqueteros y robinsones. ¡Cuantas veces tomé en mis manos aquella pesadísima bala para mis pocas fuerzas de niño enfermizo!.¡Cuantas batallas soñé y la transformé en protagonista!. Allí va en trayectoria certera destrozando mástiles, derribando vergas, horadando maderas, perforando babores y estribores. Curiosamente  acompañada en mi fantasía con imágenes de cine mudo de un Douglas Fairbanks, Rodolfo Valentino o a Ramón Novarro con Ben Hur que no tenía absolutamente nada que ver con el tema.

Supe que una de sus naves se llamaba Fieramosca. Nombre dudoso. Juan Aschero, mi primo lo mencionó en sus poemas Con gusto a sal, dedicados a este abuelo. Igual Fieramosca fué un personaje que existió. Luchador italiano de la resistencia durante la ocupación napoleónica.Que él comenzó su carrera a los doce años como grumete, pero que nunca llegó a capitán, se detuvo en el penúltimo escalón. Su frustración en parte resultado de su decisión de emigrar. Acosado quizá por pagas insuficientes. Deslumbrado por los rumores llegados de América. Un fugaz contacto con las playas brasileñas inclinó el fiel de la balanza. Era un supuesto fracaso que aumentaba su aureola de leyenda y el respeto por su imagen. Porque todo lo había dejado. Una carrera lógica para nosotros sus nietos. Génova con los mejores cartógrafos del Mediterráneo. Savona, Malocello, Di Recco entre otros. Colón. El...¿qué otra cosa sino navegante podía ser?. Jamás logré pensarlo al frente  de un puesto de verduras en el desaparecido mercado Florida. Ese era otro hombre,  inexistente. Nunca el que yo podía imaginar. Pero ese ser inexistente para mis sueños era tangible, real. fundador de familia, procreador de hijos, perseguidor de una abuela dura, durísima, también genovesa, de estirpe despertadora de pasiones. Víctima y beneficiaria de un fuego por ella encendido y alimentado. Luego, amargos lamentos por una paz en el lecho jamás lograda. El precio por tener a su lado al más bello de los tres hermanos, los más hermosos del puerto. El de las largas ausencias. En regreso a la simbólica tierra de las sirenas. En un Fieramosca de proa a Savona. La brújula apuntando a un punto cardinal con forma de mujer, con voz y canto de Bianca.¡Rosa de los vientos, orienta las brisas en la dirección deseada!. Levar anclas, partir a navegar nuevos conocidos mares, nuevas conocidas costas. A dejarla con un nuevo embarazo. Mis tíos, mi madre. En abandono con prometido regreso, diferente de ese otro reiterado en apasionadas vísperas nocturnas..¿Como eran las pausas, las ausencias cuando ya en tierra, en este Buenos Aires disponías de todo el tiempo para seguir multiplicándote?.¿Cual tu barco para llegar al conventillo de la calle San Martín en cortos viajes desde el mercado?. ¿Como invocabas e imaginabas a tu sirena, ya no tan niña mujer, más ajada?. ¿Qué efecto te causaba esa otra brisa ribereña sin el menor gusto a sal?

Abuela Bianca, con tu niñez desapercibida. Cargando ladrillos en el horno, en Savona. No es de extrañar esa, tu tarea infantil. Génova es ladrillos, como es mar. Basta echar un vistazo a la "Soberbia" para comprender su papel decisivo en la composición de sus edificios. Mármol, pizarra y esencialmente ladrillos. Bianca, como tantos otros genoveses ganaron sus salarios en los hornos, "i  fornaci", y atribuía a esa precoz y lejanísima tarea, ciertos achaques seniles. Como dije, cargando ladrillos, lavando en la vera del río. No siendo nadie, ni para él, algo mayor. Jamás reparó en ella hasta que fué mujer. Amasando y amasando pasta. Dando los primeros pasos hacia una cocina genovesa que nos deleitó siempre. Lamento no tener el arte talento y originalidad de Marcel Proust. Mis magdalenas,sus sabores, olores, fueron tallarines blancos y verdes  amasados a mano, cortados a cuchillo. Ravioles marcados a dedo. Espesos minestrones de ingredientes preparados y seleccionados con minuciosidad de artesano. Esa maravilla de buen gusto, punto sabroso, perfección de asombro en cada plato. Simple, popular, común, único. Me atrevería a afirmar hasta refinado en su sencillez. Increíble manejo de la albahaca, del ajo.. Renace, reaparece con todo el encanto proustiano cuando aún hoy se vuelcan en una olla aquellos componentes que por tradición y receta en mano, colocamos en ceremonia entre misteriosa y secreta. Recomponiendo recuerdos, disfrutando lejanos momentos hoy llenos de ausencias.

Y al levantar la vista, en un alto de mi escritura lo veo a mi abuelo en un retrato. Me mira, ensaya ciertos visajes.Me dice cosas. Percibo, aprehendo su ternura. Sé es una ampliación de otra, de un conjunto. Toda la tripulación. Todos marineros. Entre tantas cabezas, rostros anónimos, la de él. En gris  borroso, con aire garibaldino. Gorra ladeada hacia un costado. Mechones ondulados asomándose,cubriéndole en parte una frente que recuerdo despejada. Apenas un bosquejo de cejas.Por debajo de ellas sus ojos cielo, mar. Y una remera oscura, desbocada,inclinada hacia el lado opuesto de la gorra. Boca perfecta, boca babeante. Manifestación de una vejez parkinsoneana. Expresión de una juventud apasionada, cubriendo de besos,recorriendo ávidamente el deseado cuerpo de Bianca.

¡Su voz!. ¡Cuanto esfuerzo para recordarla!. Esa boca se abría para llamarme, su nieto preferido. Portador de su primer nombre. Destinatario de sus afectos y mimos. Satisfaciendo mis gustos y caprichos. Comprándome mis primeros juguetes. Fuí heredero de sus recuerdos, sueños y algún gesto póstumo. Emitía mi nombre con sonido apenas audible,apagado, en genovés argentinizado. Transformador involuntario de palabras y fonéticas. Creador de nuevos idiomas.Palabras con  aroma y sabor, convertidas en suburbio y lunfardo. En barrio y compadritos. Faroles, recovas, cuchillos, arroyos, milongas, tangos. En su hablar ellos, mi abuelo, agregaron inconscientemente términos que se integraron al paisaje, la tradición, la cultura, las costumbres. Esa boca perfecta se abrió innumerables veces para eso, sin saberlo. En las voces populares, en nuestro idioma, su voz, la de todos.La otra, su otra tronó encubierta, en instrucciones, mando, maldiciones. Asegurando rumbos, encarando tormentas. Ordenando el alije urgente para hacer zafar a la nave de peligrosas varaduras. O dialogando en puertos. Entonando en bodegones canciones blasfemas. Amenazando entre  licores en algún remoto cafetín con el hundimiento de una daga en riñas interminables. O susurrando en ese amado oído palabras urgentes u obscenas. En exigencias de entrega a la que ella se le ocurrirá inacabable. Bianca, no te acerques en su lecho de muerte. En su agonía aún intentará palparte.

Igual que una nave la tierra se movía. Mas ya no era el mar, era la vida. Castigándole en enfermedad, oscilando bajo sus pies. Y un cielo oscuro, negro, preanunciando la tormenta de la muerte. Los vientos del espanto. Los truenos del más allá. Trémulo, babeante. Las crueles huellas del Parkinson. Su mano férrea para tirar cuerdas, sostener timones, apenas para aferrarse a un bastón. O para tomarse de la mía y llevarme por calles-mundo en historias lejanas, bellísimas. La costa del Brasil, el Mar Negro, Odesa que alguna vez haría famosa su escalera. El mar... Ciudades de nombres descubiertos para mis oídos introducidos en mi mente y mi memoria. Viajábamos juntos en el tiempo y el espacio. Nos cruzábamos con peces voladores, serpientes y monstruos marinos, sirenas. Tan bellas, atractivas, seductoras. Rubias de pechos prominentes. Asomaban a sus ojos en estas historias chispazos de picardías. Siempre en ese velero surcador de aguas, hendedor de olas en osadas derrotas.

Lo imaginaba con velas desplegadas al sol. Sacudido por tormentas. Inmóvil en calmas interminables a pesar del paño completo. Anclado en alguna bahía a la espera de perfumadas cargas que llenarían su vientre. O me trasmitías  los olores de comidas rancias, los densos vapores del alcohol, la brumas del humo de un tabaco barato, consumidos en remotos figones. Porque en nuestros sueños dábamos la vuelta a un mundo desconocido. Casi sin datos para imaginarlo, inventándolo. Hoy al recordar esa época creo confundir sensaciones. Porque el tiempo, la vida me han  sumado subjetividades que me impiden reproducir diafanidades y purezas infantiles. Cargo con años, cultura en cantidad suficiente para deformarlo todo, y de insistir en esta línea recuerdo, arruinaría las vivencias irremisiblemente.

Hay momentos que me detengo  a pensar en toda esta historia. Cuanto tiene de verdad sobre la vida de mi abuelo. Cuanto de fantasía sobre sus viaje, sobre su verdadera identidad. Como cierto orgullo familiar la sobrevaloró, la fué deformando. Las fuentes se ha secado, los testigos están muertos. Está si mi viaje a Savona, documentos, el reencuentro con el pasado con parte de los orígenes. Resultará así un relato lineal, salpicado por momentos de reflexión o de suposiciones. Donde la casualidad destino marca una inexorabilidad ineludible. Cada uno de nosotros pieza, engranaje, cumple su papel sino. Por momentos me parece contar algo que viví mucho más seguramente  que no viví y al decir no vivir no me refiero a ser partícipe de una leyenda, co-protagonista, sino en modesto depositario de bosquejos, pincelazos de ella. Receptor partícipe, sobre detalles de una tradición oral formadora de recuerdos, alimentados por mi propia imaginación. Su impronta en mis sentimientos, definitiva. Cuando  recuperamos las imágenes del pasado afloran emociones aparentemente dormidas,sensaciones, momentos irrepetibles.

Y al dejar de llover en esa tarde de verano,un reencuentro en la vereda para aprovechar el torrente de agua que corría junto al cordón. Los chicos hacíamos y botábamos barquitos de papel, que en parodia de navegación eran arrastrados velozmente para deshacerse, hundirse más adelante. Protagonizaban pequeñas carreras. Los veíamos alejarse empujados además por nuestras ansias de triunfo, luchando por ganar. Al depositarlos sobre esa agua sucia los bautizaba  transformándolos en revivivos fieramoscas. Honor al barco de mi abuelo. Allá, en una boca de tormenta papeles, remedos de barcos. La tarde ya se transformaba en noche. Los juegos fantasías, mis fieramoscas yacían olvidados en la esquina. He rescatado de mi memoria todos aquellos barquitos y al verdadero. Me pregunto si este relato no es más que eso. Un juego fantástico, o más modestamente fantasioso, alimentando mis deseos de saber realmente quien soy, y si aquel hermoso velero, surcador de mares, hendedor de olas, parte de un pasado definidor de un futuro, no fué más que un simple barco de papel.

Ignoro, imagino, ya no existirían a bordo relojes de arena. Creo recordar vagamente que alguna vez me contaste, abuelo, tenías uno guardado en tu camarote. Medías el tiempo, tu tiempo de otra manera. A veces dabas vuelta la ampolla sin esperar el paso de toda la arena roja, apresurando un transcurrir de horas, impulsado por la impaciencia del regreso. Arena de origen misterioso, capaz, grano a grano de medir las vidas. Supe de esa tradición para contar las guardias, las tareas marineras, todo y eso era acompañado por el tañido de la campana de cubierta. Principio para las guardias, fin de las guardias. Tiempo de moroso pasar y un tañido incorporado a tu vida. Como el silbido del viento, el olor del mar, sus olas,  sus tormentas, su sol. Grano a grano tu vida transcurrió, se fué deslizando. Los veías caer desde la parte superior del reloj, y al acabarse podías imaginar tu fin, comprender quien eras.

Te veo sentado con Bianca parada a tu lado y un perro a tus pies. Tu reloj de arena se agotó. El tiempo se detuvo en esa fotografía. Nadie se molestó, se tomó el trabajo de dar vuelta la ampolla.

La sangre corría por la escalera de mármol blanco, ahora teñido de rojo. Aún te veo sentado. El vaso roto de una pierna, el autor del desastre. Pálido, sereno indicando un oportuno torniquete hasta el auxilio definitivo. Piloto en tempestad irremediable. Luego nuevos traspiés. El planeta nave oscilando cada vez más. Aumentando sus rolidos, el aullido del viento. Pequeñas tormentas anunciando la definitiva. Marinero es inútil tu refugio en el camarote. La tempestad arreciará y te alcanzará donde te halles. Ha llegado la hora del naufragio.

Cuatro caballos negros. Me pregunté como serían los de mar.¿Dónde los hipocampos?. Por qué no estaban allí. Por qué un cortejo sin sirenas, sin gaviotas, sin aire salobre. Sin arenas, anclas, quillas, velas. Sin marineros , timones ni fieramoscas. Sin caracolas. Ausentes todos. Presentes en mi alma que los veía partir tras esos cuatro caballos negros. Chisporroteando herraduras en adoquines pulidos. En un mayo tibio, casi primaveral. Mi calle arbolada. Mi barrio. Sin mar.

Adiós abuelo.

Fin de la primera parte. Finalizará el miércoles 27 nº 436.

Chau y hasta la próxima

No hay comentarios: