Aparece los miércoles y los sábados

"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

miércoles, 26 de agosto de 2009

236 El gato

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"Y los chinos ven la hora en los ojos de los gatos" Baudelaire

La vida hizo lo de siempre, con pequeñas variantes en número, orden y personajes. Eliminó a unos, alejó a otros. Dejó a la pareja sola, irremediablemente sola. Con sus recuerdos, sus añoranzas. Recomponiendo con la imaginación felicidades pasadas;momentos dolorosos. Asumiendo una realidad que al unirse supusieron remota, lejana, que nunca llegaría. Pero la existencia humana, el destino, son así. Se toma al futuro como algo distante, casi inalcanzable, envuelto en la nebulosa de la incógnita. Cuando los años aún están por venir hasta que transcurren y se los vive. Pasan velozmente al recordarlos, semejan sueños. ¿Acaso no creemos en nuestra niñez, con algo de razón, que nunca seremos ancianos, o que para serlo nos faltará muchísimo tiempo?. Y cuando llegamos y lo somos nos decimos :aquí está la vejez. Es ella. ¿Cómo, ya pasó la vida?. ¿Tan pronto?. ¿Y ahora qué?. ¿Cual es la medida de nuestras expectativas?. ¿Quedan algunas para hacernos ilusiones, elaborar proyectos?. A partir de ese momento el tiempo se hace corto y largo. Corto para pensarlo en dimensión de cuanto más. Largo para vivirlo si se pierden objetivos, motivaciones, se le suman achaques. Aparece el gesto mental de encogimiento de hombros. Nace el supuesto derecho a estar tranquilos. Y todo aquello que lo perturbe provoca fastidio, irritación, resistencia. Nos abroquelamos tras una coraza custodia de nuestra rutina. ¿Qué es estar tranquilo?. Es fabricarse un cocodrilo, meterse en su panza y olvidarse del mundo y de la gente. Pero la verdad es otra. No hay cocodrilo que nos acoja. La realidad está al alcance de la mano, llama a nuestra puerta y la evasión se transforma en una huida ridícula, sin sentido. Afortunadamente existen los milagros. Quien no crea en ellos, no cree en sí mismo. Consiste en anidar en el alma ilusiones, esperanzas. Porque de eso se trata. Los místicos o divinos nacen de sentimientos religiosos, relacionados con la fe. Con otra fe, más modestos y humanos esos milagros dependen de nuestra voluntad e imaginación. Simples, sencillos, casi de rutina.

Todas estas reflexiones de la pareja de ancianos, protagonistas de esta historia se vieron interrumpidas por la aparición de un gato llegado para llenar el vacío de tanta soledad. Ese, el milagro, el nuevo milagro sustituyendo anteriores, acaso frustraciones. Porque tuvieron un canario en jaula primorosa, a quien prodigaron toda clase de cuidados y atenciones. Hojas de lechuga fresca, alimentos balanceados, la consabida sepia. Lo bautizaron con apodos cariñosos, variables. Su respuesta insuficiente a pesar de trinos alegres y sonoros. Del ambiente preñado de gorjeos. El pobre canario significaba muy poco para llenar las interminables horas de la vejez. Hasta un pececito de color pasó fugazmente sin dejar huella. Pensaron entonces en un perro. Aunque les gustaba los de raza grande desde un principio lo desecharon. Debía ser decididamente pequeño, ideal para el departamento en que vivían. Se generó una discusión. No lograban ponerse de acuerdo, hasta que por fin decidieron adoptar uno vulgar, sin raza definida. Lo sacaban a pasear ante la mirada atónita de los vecinos que los veía arrastrar una correa con  un collar vacío. O llamar a un Tomy tan travieso que siempre se les escapaba. Tal como lo presintieron una vez logró fugarse y terminó bajo las ruedas de un coche. Quizá huyó como consecuencia de la paliza que le dieron por ensuciar sobre la alfombra del living, o tal vez el perro se fué rebelándose de tanto absurdo. No tener cuerpo estable, cambiar todos los días de manchas, pelo, hocico, tamaño de orejas. Un día con cola larga, el otro con corta o sin ella. No pudo resistir tantos cambios impuestos por sus dueños. Así el milagro no llegaba o continuaba frustrándose hasta que apareció el gato. Representó la compañía ideal. Variable como el humor de sus amos. Por un tiempo fué persa, peinado y mimado con todo celo. Lo colocaban entre almohadones. Para él alimentos refinados y los desvelos de la pareja.  Luego lo cambiaron por uno siamés. Hermoso como alguna vez desearon tener. Este se portaba de maravilla. Fué una época feliz, hasta que se les enfermó. Angustiados lo llevaron a una veterinaria donde los tomaron por un par de viejos reblandecidos. Luego de explicar el motivo de la consulta y abrir un canasto vacío. Volvieron a la casa muy mortificados y decidieron reemplazarlo antes que se les muriera. Pero apareció EL GATO. Se les adelantó a sus deseos y decisiones. Este era de carácter fuerte, resistente a las imaginaciones. Dominante. Comenzó por entrar al departamento a través del ventilete del lavadero. Se instaló en la cocina con toda naturalidad. Habituado desde el primer minuto  a un ambiente que debía resultarle totalmente desconocido.. Mas no parecía ser así. Sorprendió a los dueños de casa que no habían tenido tiempo para imaginarlo, adelantándoseles para que lo inventaran después. Eso era lo más extraño o el ansiado milagro. Con el correr de los días fueron descubriéndole características excepcionales. Por momentos su color era totalmente negro, brillante. Con orejas más puntiagudas, boca entreabierta, colmillos afiladísimos. Diabólico. En otros aparecía totalmente blanco, con pelos y bigotes muy largos. Angélico.

Cuando se transformaba en uno rubio aumentaba su esplendor y belleza, mas con una conducta dividida, contradictoria entre tranquila y agresiva. La pareja no sabía a qué atenerse ni como obrar. Decidieron reemplazarlo, sin resultado. Todos sus esfuerzos se estrellaron ante la terca actitud del gato. Solamente podían pensar en él. Hasta trataron de conseguir un perro dogo para ahuyentarlo o en último caso darle muerte. Presentían con miedo que el felino se iba adueñando de sus vidas, sus mentes, sus almas. Toda inventiva reducida a un sometimiento progresivo y exclusivo hacia el gato.

En ese juego de dominación y dominados se estrellaron con otra inesperada dificultad. Apreciaban al gato en todo lo exterior. Raza, pelaje, colores, ciertas costumbres. Mas no lograban penetrar en su carácter, situarse dentro de él, lograr su control. Cuando lo creían entregado rodeándolo de comodidades y caricias la reacción impensada no se hacía esperar. Aplicaba otra lógica. Abandonaba almohadones, alimentos, tibiezas en crudas jornadas de invierno para irse. Salir al balcón, caminar por los techos, ejercer su libertad. Ronroneos y ternuras interrumpidos bruscamente en rápida huida.

Se vieron obligados  a satisfacer sus menores caprichos. Destrozar palomas o devorar lentamente un poético ruiseñor de bellísimo canto y corazón sangrante. Así era el gato negro de cruel. El blanco les encantaba las horas. Con una beatífica forma de dominación. Dejándose mimar. Obligándolos a un buen humor constante, con alegría de vivir. Se sentían verdaderamente felices. Con el tiempo ocupado y la preocupación permanente por cuidarlo. Si el ambiente estaba lo suficientemente tibio, al igual que la leche. La carne tierna, el cajoncito con las  piedritas siempre cambiado. Interpretaban como una travesura cualquier suciedad o mojadura fuera de él. Todo lo que hacía o dejaba de hacer les resultaba gracioso. Su forma de lavarse, dormir, andar, ronroneos, maullidos. Como arqueaba el lomo, se estiraba y buscaba con pequeños saltos chocar su cabeza contra la palma de la mano extendida. O cuando acudía con la cola parada en busca de alimentos convocado por ruidos pavlovianos. Con el gato blanco gozaban como lo habían deseado siempre. Decidieron adoptarlo definitivamente. sin embargo el gato se transformaba escapaba a todo control. Era el otro, el rubio casi indolente. En él se identificaban ese espíritu de libertad e indiferencia que lo caracterizaba. Trataban de mimarlo, pero él decidía cuando les aceptaba las caricias. No respondía a sus llamados, o sí. Nunca lograron adivinar su humor y reacciones. Jamás vieron en ese gato negro, blanco, rubio su propio estado de ánimo. El que los acompañaba al levantarse, al acostarse. A los sueños del día y la noche, a las ilusiones de la vida. A los recuerdos, nostalgias o añoranzas que evocaban de continuo. Ese gato era el reflejo fiel  del carácter de los dos fundidos uno en otro a través de una larga vida en común. Ella crea personalidades, matices y en prolongada convivencia parecidos físicos. Y todas esas particularidades y rasgos se multiplican, manifiestan en gestos, costumbres, caracteres, estados de ánimo. Sus gatos cambiantes, diferentes en realidad eran uno solo. Aquél que ese día, en ese instante representara lo que ellos sentían. De allí se veían dominados, sometidos por un animal que no era otra cosa que ellos mismos. La representación de su yo.

Como se comprenderá todo fué absolutamente imaginario. El perro, el canario, el gato. Aún la familia que nunca tuvieron pero soñaron y desearon años atrás, al principio cuando se unieron y eran jóvenes. Cuando acunaban ilusiones y proyectos. Y aprendieron a leer en los ojos del gato las largas horas, los inacabables días de la vejez y la soledad.

Chau y hasta la próxima.

Nota:dedico este UFA  a mi hijo Juan Carlos que hoy cumple años.

2 comentarios:

JCG dijo...

Gracias viejo por el cuento dedicado

coto dijo...

En qué dimensión se movían los animales?
Aparecen con la vejez?