Aparece los miércoles y los sábados

"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

miércoles, 9 de noviembre de 2011

466. La pieza perdida.


V.Van Gogh, autorretrato con la oreja vendada

Comenzó de la periferia al centro encontrando con muchísima paciencia las piezas del enorme rompecabezas. Hacerlo, su hobby principal. Una vez armado y terminado lo fijaba, lo hacía enmarcar y en una sala especial los colgaba para exhibirlos con orgullo y satisfacción ante la admiración de sus visitas.
Nuevamente se encontraba ante un desafío que el complicaba aún más desarmándolo, mezclando sus componentes, valiéndose solamente de la copia adjunta como referencia. Buscó las partes correspondientes a una puerta celeste que se prolongaba a lo largo del cuadro situada a la derecha. Continuó  con el marco cuadro ventana que aparecía más al centro. Fué así  rodeando la figura principal, reservándosela para el final. Trepó una por una desde abajo con la chaqueta abotonada en el cuello. Reservó para lo último el rostro. Completó el sombrero con piel negra, parte de una empalizada y entró decididamente en el rostro. Una parte ocultada por la piel del sombrero. Luego cejas, ojos. Bajó por la nariz, labios, maxilares, cuello. La expresión del retrato de una fidelidad notable, aunque las siluetas de las piezas encastradas le daban un aspecto muy particular, propio de todos los rompecabezas. La venda blanca que cubría la oreja ya tenía toda su forma. Dejaba intuir la herida que por debajo señalaba el pabellón mutilado.Curioso, no le quedaban más piezas y comprobó con desazón le faltaba la última. Como si ese componente se hubiera confabulado con el pintor sustrayendo al espectador la clave de la mutilación. Resignado, decidió dejar su obra incompleta y como todas las otras, la fijó, enmarcó, exhibió. A las preguntas por el trozo que faltaba respondía siempre con la misma historia, que no había decidido comprar un nuevo juego para completarlo, ya que interpretaba si esa parte faltaba, la simbología de esa ausencia estaba más que implícita. Porque , y eso no lo confesaba, había pensado en sí mismo, en su indominable ansiedad por escuchar los sonidos de la felicidad. Una felicidad que se le había negado, en búsqueda infructuosa. Desconocía su melodía, su canción. Ante tanto fracaso supuso carecer de un pabellón, aunque ello no le impediría oir, si le daría la pauta, la muestra cabal  de lo que a él le sucedía, pobre imitación del modelo adoptado.
Chau y hasta la próxima.

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