Aparece los miércoles y los sábados

"Dios me puso en tu pagina como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto" (algo de Sócrates).

miércoles, 30 de diciembre de 2009

272 El concierto



Me pareció oportuno despedir el año con un concierto, aunque sea cuento.
"Vió y comprendió que aquel fogoso entusiasmo, aquel ardor, aquella impaciencia no eran sino la desesperación inconciente por el recuerdo del tiempo perdido, en que no había podido desarrollar sus facultades; comprendió que en último término, el mismo que tuviera, nunca había sido grande, ni en los primeros años de su vocación, y cayó en la cuenta de que en todo aquello  tenían mucha parte el engreimiento, el amor propio inútil, un orgullo innato y una fantasía que nunca descansaba, y que siempre tuvo por exclusivo tema la propia genialidad." Fedor Dostoievski. de Níétochka Nezvamova.
Cuando por primera vez tuvo en sus manos un violín percibió en ese instrumento vida propia. Dentro, en su seno se hallaban ocultos infinitos tonos musicales. En su caja; en sus cuerdas bien templadas; en el misterio develado al extraerle notas diferentes según la tracción de las clavijas o la posición del puente. En la calidad y el estacionamiento de la madera; su resinoso perfume parte del barniz: de la capacidad artesanal del luthier. Pero esencialmente comprendió que todo dependería de él. De su habilidad, virtuosismo, dedicación y talento. Que su mano izquierda supiera deslizar los dedos adecuadamente. Apoyarlos o levantarlos. En qué lugar y con que intensidad presionar. Que su derecha supiera hacer correr el arco con soltura, pasión, candor, precisión y conocimiento. Y todo ese acto de ejecución debía realizarse a un tiempo. Emitiendo órdenes desde su cerebro para ser cumplidas de inmediato. Sincrónicamente. Ordenes partidas previamente de su alma, donde se alojaban sus sentimientos. Y la música, componente esencial de su vida, porque ella se presentó  en su existencia precozmente. Cuando aún no sabía leer y las letras le significaban un extraño jeroglífico. La identificó en el arrullo de la madre, en las canciones de su abuela, en el trinar de las aves. En el sonido del viento silbando entre las hendijas de su habitación, las copas de los árboles y en el violín. Aquel curioso objeto que su  padre extraía de una caja negra. Al abrirse dejaba ver en su interior tapizado con felpa verde un recipiente con resina cuyo perfume le olía a bosque distante, a árbol muerto. Y al violín. Oscuro, rojizo, hechizante. A su lado, sujeto por unas trabas yacía el arco de sedosas crines. ¡Qué íntimo placer  sentía  al pasar sus dedos por ellas!. Imaginaba si alguna vez acunaría en sus brazos ese bello instrumento y le arrancaría las más hermosas melodías.
Pasaba horas y horas extasiado, oyendo a su padre, un ejecutante mediocre. Mas el no estaba capacitado para juzgar calidades. Solo sabía de la existencia del violín y de su necesidad imperiosa de aprender a tocarlo. De allí su vocación. Su firme propósito de transformarse, convertirse en famoso. Ser el mejor. Aquel capaz de liberar del instrumento las notas cautivas en su caja. Las más hermosas con superior estilo. Esa su meta. El camino a recorrer erizado de sacrificios y privaciones, pero de indudable placer espiritual, serena beatitud y tempestuosa agonía. Porque los sentimientos contradictorios adquieren mayor dimensión, estatura imponderable cuando juegan en favor de la creación y el arte. Nacidos de una hipersensibilidad exquisita. Y él no fué la excepción, no podía serlo.
Ascendió lenta pero inexorablemente la dura escala del éxito, acercándose sin pausas hacia la consagración. Mas un rasgo de su personalidad privativo de su naturaleza se interponía impidiéndole llegar a la ansiada meta. Caía en profundos abismos de abandono y desidia, cual si la proximidad del triunfo lo aterrorizara, o el logro obtenido le significara la pérdida del motivo existencial. Temor en quedar luego con las manos vacías. Y reflexionaba extrayendo pretextos fútiles pero fatales para su futuro. Concluía en sobreestimaciones sobre sus cualidades autocolocándose en juicios aventurados por encima del resto de los concertistas conocidos. Despreciaba así el esfuerzo, el estudio y la perseverancia. En una suerte de imaginar que nada debía aprender pues ya todo lo sabía, o creía saberlo. Confiaba en tener un brazo flexible, una ágil digitación y manejar el arco con firmeza. Se consideraba capaz de arrancar sonidos de gran potencia y pureza; sobrios vibratos; fraseos generosos y amplios. Cálida musicalidad. Cantábiles sin sollozos pero emotivos. Entonces desaparecía por largo tiempo del ambiente musical. Perdía técnica, para luego reaparecer mendigando un lugar cualquiera, en cualquier conjunto. Recomenzando, reemprendiendo una marcha que había dejado de ser ascendente para transformarse en sinuosa, zigzagueante, plena de vacilaciones. Su psicología, la de aquel fracasado infatuado. Al mismo tiempo y de sus propias e inexploradas virtudes que algún día haría valer con contundencia para asombro del mundo, según una amenaza cada vez más impregnada de vaho alcohólico, frecuente refugio de los desesperados.
La palabra fracaso se asomó en su mente por primera vez con toda fugacidad cuando sus dedos de la mano izquierda se negaron por un instante a moverse según las órdenes impartidas.
Bah se dijo como pretexto, anoche bebí demasiado.
No supo interpretar ese primer aviso en su real dimensión. Continuó ensayando un concierto en la creencia  con él lograría la consagración definitiva. Aunque las horas de estudio le resultaran cada vez más pesadas y dificultosas. Aunque apurara con mayor frecuencia vasos y vasos de bebida para "ayudarse"
¿Porqué se le cansaba la mano derecha y el arco le pesaba tanto?. ¿Qué se había hecho de esas sedosas crines ahora tan ásperas?.¿Cómo las notas sonaban duras y diferentes a aquellas atesoradas en su alma y su memoria?. ¿Cuál el motivo de la infidelidad entre la partitura puesta en el atril y eso surgido de su violín?. Técnica, técnica se decía angustiado. Me has abandonado, pero no te dejaré escapar. Volveré a estar sobrio, a ser el de antes y te atraparé nuevamente para no dejarte huir de mi nunca más. Pactaré con el diablo si es necesario. Lo juro por esta copa que dejaré ahora mismo, luego de este último trago, y este otro, y este otro....
No pudo abandonar la bebida ni la obsesión de estrenar ese concierto ni la carga cada vez más pesada de la palabra fracaso. Con obstinación se empeñaba en ensayar como si las crecientes dificultades, el agarrotamiento de los dedos, los frecuentes olvidos y lagunas se transformaran en alicientes, en aguijones clavados en lo más profundo de su amor propio, resto de un ya alicaído ego, apuntalado con quimeras o utopías de imaginarios éxitos. Soñaba con giras, conciertos en grandes salas, críticas unánimes en favor de su genio y capacidad interpretativa.
Y esa nota aguda empeñada en no querer salir. Tentado estuvo en modificar la partitura, pero allí se la encontraba en el pentagrama como un verdadero desafío del autor. Para los elegidos. Alma, espíritu y calidad interpretativas fundidas en la fragua del genio, del que siempre careció. Moriría creyéndose un dotado lejos de imaginar la trampa tendida por el destino. La nota debía ser lo suficientemente aguda, la culminación de un allegro en escala ascendente. Difícil, mientras la orquesta callaba dejando al violín solo. Entre el público y el intérprete. En tiempo y espacio, para transformarse en un trozo inolvidable e inmortal. Ocupándolo todo, hasta el último rincón de la sala, desafiando las reglas de la acústica. Entre instrumental y humano, nacido de una garganta divina. El grito de Dios. Pero él, una nota antes quedaba inerme, detenido, paralizado frente al atril. Inutilizados sus dedos, sin fuerzas, exánime. Para recomenzar y llegar hasta el último escalón. Imposible le resultaba avanzar más allá. Quizá se trataba de eso, de penetrar en el más allá.
Supo de la llegada del afamado violinista que estrenaría el concierto. ¿cómo se atrevía?.¿quién le había permitido apoderarse de su partitura?. si era de él, solamente de él, se consideraba único propietario de esa música y único autorizado a interpretarla. Solo le restaba superar esa pequeña e infranqueable dificultad. Arrancarle a su violín la nota y lanzarse al mundo a conquistarlo con su genio ignorado para asombro de todos.
No pudo resisitir la tentación de asistir al recital. Mendigó una entrada de favor que sus amigos le negaron. Halló por fin entre bambalinas un lugar donde ubicarse. Un extraño temblor se apoderó de su cuerpo, aunque estaba esta vez particularmente sobrio. No había tomado una sola gota de alcohol en los días previos. Pensaba, esa era su cita. El, como concertista debía encontrarse en óptimas condiciones físicas. La ansiedad lo consumía frente a su imaginario debut, cuando era en realidad un oscuro espectador. El preludio sonó en sus oídos como jamás lo había soñado. La orquesta una maravilla de sincronización y precisión interpretativas. El solista un virtuoso, un ángel descendido de las alturas  para dignarse deleitar a pobres criaturas humanas. Cada nota o acorde  repercutían en su espíritu de partitura memorizada, como un reproche o prueba fehaciente de su ya indudable fracaso. Una ola consciente se fué apoderando de su alma. La realidad de su ineptitud. La desazón. La comprobación de su mito destruido. La brisa del arte bastó para deshacerlo. El largo fué para él un potro de tormentos. El ritmo lento propio del movimiento, martilló nota a nota sobre su espíritu avasallado por una realidad cada vez más innegable. Prolongando su agonía un coro de voces le susurraban fracaso, fracasooo...
¡Ah palabra odiada! surgida de la convicción, la vida, la verdad.
Con ojos arrasados por las lágrimas aguardó la iniciación del siguiente movimiento mientras la sala estallaba en aplausos y ovaciones. El allegro arrancó con brío y rápidamente avanzó en escala ascendente, en exigencia casi insuperable. Se acercaba el momento cumbre, aquél instante límite que jamás pudo superar, vallado entre el genio y el mediocre, el verdadero concertista y el ejecutante común. Entre arte y malabarismo.
La orquesta se silenció y el solo invadió el teatro. Todo el ambiente se impregnó de música admirable y bella. sus músculos se tensaron. El corazón aceleró alocadamente. Pocos acordes más y el ejecutante llegaría al momento clave. ¿Sería capaz de reproducir con su arco, sus dedos, su instrumento esa voz divina?
Se tapó los oídos para no oir. Para no comprobar su derrota, no percibir la evidencia de su mediocridad, inútilmente.
Esa la nota le atravesó las manos, se transformó en el rayo de la muerte. Al caer sin vida una extraña sonrisa se dibujó en sus labios. Era de suponer que luego de tanto anonimato oscuro, tanta miseria arrastrada, de una vida gris y triste, algo milagroso le había sucedido. Pero nadie pudo saberlo.
Chau y hasta la próxima
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